Lo que realmente vale la pena

Mi amigo Miguel Ángel llora la muerte de su hija. La vida es una mierda. Y cuando menos te lo esperas, al girar una curva o una esquina, todo se va al garete. La nave queda sin gobierno y todo termina, bruscamente. Ya puedes intentar prevenir tu futuro. Ya puedes intentar llevar una vida sana, no fumar, no comer, no beber, hacer ejercicio, dormir mucho… Todo o nada, no sirve para nada. Hoy, día en que muchos lloran por la pérdida del poder, otros lloran por la pérdida de lo que realmente vale la pena: un ser querido. Porque, lo que nada ni nadie cambia ni resuelve es la desaparición de un ser querido. Dicen que lo peor que les puede pasar a unos padres es ver morir a sus hijos. Ante esa circunstancia no hay consuelo. No hay razón ni ayuda espiritual que te dé la respuesta a la pregunta más complicada de toda nuestra miserable existencia: por qué. No hay pañuelo para secar las lágrimas, ni abrazos que reconforten. Nada, nada consuela ni ayuda en este trance. Ahora, los padres, caerán en una depresión profunda en la que se preguntarán cada minuto del resto de sus vidas qué hicieron mal, o que no hicieron para cuidar de su hija, para tenerla cerca, entre sus brazos, por qué no llegaron a tiempo para cogerla de la mano antes de la caída. Nunca tendrán una respuesta a tanto dolor. Y yo, lloro en silencio por el amigo al que quiero, por el padre al que respeto, por el hombre al que admiro y al que, mierda de vida, no puedo ayudarle en el momento en que más ayuda necesita. Tengo dos hijos y me duele tanto la desgraciada noticia que lloro con amargura, mientras pido a mi Dios que nunca me haga pasar por esta situación, yo no lo soportaría. Lloro, porque por la muerte de una persona hay que llorar. Por otras puñaladas que da la vida, por esas no merece la pena llorar.