Un vestuario en el que los veteranos han chupado banquillo, merecidamente o no, del que se marchan algunos jugadores y otros quieren hacerlo, los resignados se quejan, el entrenador, al que han regalado el puesto hace dos días, no solo no se muestra agradecido sino que desvía culpas hacia la dirección deportiva y el correveidile del presidente, que no es otra cosa, móvil en mano intentando apagar fuegos sin manguera ni casco de bombero. Cualquier parecido con el Atlético Baleares no es mera coincidencia. Esto, señores, pinta mal.
Si sobrellevar una clasificación sin abandonar puestos de descenso o demasiado cerca de ellos, ya exige un fuste y una experiencia que en Son Malferit parece que no existen, este cúmulo de circunstancias adversas que reflejan una desunión evidente, agravan una situación ya de por si agobiante y permiten entrever un futuro de zozobra e inquietud. Esto no se arregla solo con dos o tres fichajes que, supongamos, fueran acertados porque me temo que en primer lugar allí nadie tiene claro cuáles son los puntos débiles de la plantilla en general y del equipo en particular. Uno de ellos, sin lugar a dudas, es el banquillo.
El dueño del juguete sabe que cuenta con una afición complaciente, un coro de aduladores preocupados porque el dinero siempre lo ponga otro y un grupo de asesores externos más pendientes de sus comisiones que del proyecto. Bueno, lo de proyecto es un decir. El único tangible es el de remodelar el Estadio Balear aunque no sabemos muy bien para qué ni para quien, pero un plan de club y de jugadores no se ve por ninguna parte. Ni antes, ni ahora, ni, probablemente, mañana. Hasta que el hombre se canse o las pilas se agoten.






