Los niños pobres, o los que están al borde de la penuria económica, tienen la fea costumbre de atiborrarse a comer cuando no los vemos. Son tan bribones que se hacen pasar por famélicos cuando realmente nadan en la opípara abundancia del banquete diario. Y así les va, que siendo niños no tienen la malicia suficiente para ocultar a conciencia sus fechorías y acaban engordando, delatándose ante todos como unos zampabollos vergonzantes que ofenden nuestra inteligencia.
Por suerte el Presidente de la Comunidad de Madrid ha sido capaz de señalar por fin tamaño atropello. La Comunidad de Madrid no abrirá los comedores escolares estas Navidades porque en Madrid no hay niños pobres, sino niños obesos que comen demasiado, y les conviene un poquito de recorte y austeridad en su afán pantagruélico.
Estoy totalmente de acuerdo. Esta trama mafiosa que tienen montada Cáritas, Mensajeros de la Paz (con el Padre Ángel al frente) y otras tantas ONG en cooperación necesaria con los 200.000 niños madrileños que viven bajo el umbral de la pobreza tiene que acabarse. En el Madrid de Ignacio González sobra obesidad, hay excesos, demasiada comida. Los niños están gordos de abundancia, de exquisiteces… Dentro de nada sufrirán de gota por demasiada carne roja y demasiado marisco.
Parafraseando a la ínclita hija de Fabra (ni recuerdo su nombre ni haré esfuerzo alguno por recordarlo), lo que tienen que hacer los niños pobres, igual que hicieron los parados en su momento, es joderse. Que ya está bien de tanto mangoneo y tanta prebenda a favor de los miserables.
Tanto los parados como los niños pobres solo tienen un afán: engañar a la sociedad. Están en paro y son pobres porque quieren. Les mola pasar hambre y frío, se lo pasan fenomenal sin tener nada con lo que llenar la nevera, y es su máxima aspiración ir al comedor social junto con sus colegas a pasarlo en grande viviendo de prestado. Cuando no les vemos, hasta cantan villancicos y tocan la zambomba, todo con la boca llena de polvorones.
En el colmo de la maldad, los niños pobres se reúnen en estas fechas en las casas de los parados (porque muchas veces los niños pobres son, además de cómplices del engaño, hijos de los parados), para celebrar la Navidad en silencio, sin risas, sin regalos, sin más ilusión que apretar los dientes y sin más anhelo que no perder nunca la esperanza.
Y mientras los zampabollos y los vagos se dedican a torpedear a los honrados ciudadanos en su esfuerzo por negarles, gente como la hija de Fabra o el propio González dedicaran sus siempre ímprobos esfuerzos a aferrarse al cargo, a no perder una sola dieta, a vigilar sus finanzas y a no perder ni un solo minuto en preocuparse de esta trama organizada de miles de familias pobres, en esta mafia del engaño de los niños gordos.
Como ha dicho el Presidente Fantasma del Gobierno Inexistente, D. Mariano Rajoy, “vencido y desarmado el Estado del Bienestar, los recortes han alcanzado sus últimos objetivos económicos. La crisis ha terminado”.
El problema de este fin de la crisis diagnosticado por El Ausente es que millones de personas en España no se han enterado de la buena nueva, obsesionados como están en seguir viviendo como si no hubiera trabajo, como si el crédito no hubiera llegado a las familias y a las pequeñas y medianas empresas. Ah, cuánto traidor, pardiez!!
Por suerte, contamos con la inteligencia y la sensibilidad sin par de los próceres de la Patria, que desde las tiendas de Serrano, Goya y calles adyacentes hasta los bastiones patrióticos de La Moraleja, el Viso o el aeropuerto de Castellón, velan para evitar que los zampabollos y los vagos nos sigan tomando el pelo. Velan para evitar que los pequeños y medianos empresarios sigan fingiendo y cierren sus negocios por gusto y placer autodestructivo.
Como premio para las preclaras mentes de estos destacados dirigentes políticos, escribiré mi carta ahora mismo a los Reyes Magos para pedirles humildemente que les pongan en el árbol un cerebro nuevo. Parece que el que tenían está estropeado. Quizás por falta de uso.
