Es pronto para hablar tan taxativamente de resurrección pese al incuestionable gran torneo de Rafa Nadal en Melbourne y quizás lo sea también para calcular la influencia que ha ejercido la todavía incipiente labor de Carlos Moyá desde su incorporación al staff técnico en el que el tío Toni, inefable e infalible, mantiene su peso. Pero al mismo tiempo no olvidamos que en junio del 2015 John McEnroe ya aconsejó al mallorquín que buscara a alguien que cambiara el guión de su tenis. Podemos alinearnos con la idea, aunque los vaticinios del norteamericano respecto al escaso futuro que esperaba tanto al de Manacor como a Roger Federer se han roto en mil pedazos ante la final del domingo que nos devuelve, eso si, a un déja vu de incierta resolución.
Eliminadas las primeras raquetas de la ATP, sobre todo Murray y Djokovic, el Masters de Australia ha salvado sus muebles con la clasificación de quienes posiblemente hayan sido los mejores especialistas del mundo, uno por técnica y el otro por carácter, porque la realidad es que aunque todos soñábamos con este emparejamiento a la vista del desarrollo del torneo, se verán las caras el noveno contra el décimo séptimo del ranking profesional y por lo tanto un duelo histórico pero atípico.
Probablemente la fe no moverá ninguna montaña, salvo un terremoto, pero si genera impulsos desconocidos hasta por quien los siente. Son los que provocan que Sergio Ramos suba a rematar un saque de esquina imposible en el minuto 93 de un partido de fútbol, o que nuestro particular “Jerónimo” acaba ganando un set decisivo superando dos bolas de “break” con 4-4 en el marcador. Esto es así y lo demás, puras elucubraciones.