Hace algo más de un año, creo, aunque la fecha no es importante, que me llamó el presidente de la comisión organizadora del centenario del Mallorca para invitarme a un almuerzo en el que iban a estar presentes, él mismo junto a Ramón Socías, Guillermo Reynés y Joan Serra, y al que invitaban también a Jaume Martí, Miquel Vidal, Tomeu Maura y Albert Salas. Se nos iba a proponer que, entre los cinco, escribiéramos el libro de los cien años de vida del club. Ya desde un principio le hice partícipe de mis más serias dudas respecto a que el club o, más exactamente Utz Claassen y Michael Blum, aceptaran mi participación, sospecha que compartía el jefe de deportes de El Mundo de Baleares. Primero por teléfono, antes y después de la reunión, y luego en persona le agradecí la deferencia pero rechacé la propuesta porque, seguridad del veto aparte, no tenía ningún interés en desarrollar tal tarea.
En un reservado del restaurante en cuestión, C’an Eduardo para no pecar de cursi, repetí que aún habiendo vivido en primera persona cuarenta y seis de los años del siglo, condición únicamente reservada a Martí y un servidor, no quería ver mi firma en un texto previsiblemente censurado en parte y que tampoco pensaba escribirlo por mi cuenta. Toni Tugores y el senador socialista, no así el arquitecto, ni el jefe de marketing, quisieron convencernos de su independencia y de que si se coartaba su libertad para seleccionar a los autores, dimitirían de inmediato de sus cargos, lo cual debía suceder al cabo de dos semanas con motivo de un encuentro con la Propiedad.
Huelga añadir que solamente sobrevivieron a la criba Martí y el periodista de Consell y, como ocurre con la mayoría de políticos, no dimitió nadie. Luego me enteré de la renuncia del primero en favor de su hijo que, por lo visto, tampoco coló. Y con el compañero de IB3 ignoro qué sucedió.
Ayer se presentó el presente objeto del comentario, sobre el que los presentes me guardarán de mentir, lo que me ha dado pie a contar el origen de esta anécdota que por lo que a mi respecta carece de importancia y viene a cuento de la sumisión y colaboracionismo de algunos mallorquinistas que pasan por ejemplares.
