Mi República amanece conmigo cada mañana al despertar. A partir de ese gesto mínimo que consiste en abrir de par en par las persianas de mi habitación para saber si me espera un día soleado o grisáceo, el tránsito por el placentero momento de tomar ese té que me devuelve al mundo de la vigilia, o el simple trayecto desde mi casa hasta el despacho, todo ello es mi República cotidiana.
Los sueños y las quimeras también forman parte de ese mundo que no sería el mismo sin ellas, porque soñar es una de las más placenteras adicciones que conozco. Pese a ello estas últimas semanas me siento extraña, rara más bien, porque no consigo sentir ni la pasión independentista, ni la obcecación españolista.
A ratos intento posicionarme, del mismo modo que lo intento con el fútbol, me explicaré: soy del Barcelona y del Madrid por igual. Esto tiene una explicación mis padres primero: uno del Barça y otro del R. Madrid, eso ha dividido sin duda mi corazón y mis sentimientos futbolísticos. La otra explicación es más práctica: me gustan uno u otro según cómo juegan cada partido. Me gustan jugadores de un equipo y jugadores de otro, es así de sencillo, y sin embargo esta situación me convierte en un bicho raro, porque se ve que en algún lugar (nadie ha sabido decirme dónde), está escrito que si eres del Barça no puedes ser del R. Madrid y viceversa. Pero a mí nunca me ha gustado que me encasillen, que me obliguen a pensar o decidir de una determinada forma. Esa forma de actuar me aprieta más que un zapato del 35 y no es que no quiera, es que no podría aunque quisiera adaptarme a esos parámetros tan estrechos.
En política y con el tema de la República catalana me pasa lo mismo. Cuando veo las imágenes de millones de personas enarbolando banderas, gritando, riendo a coro, cantando, experimento sentimientos contradictorios: envidia y convicción. Envidia porque a veces me gustaría entusiasmarme así por algo, porque de lo contrario me pierdo el placer de esa algarabía generalizada, esa fiesta en qué consiste sentirse parte de un todo o de un fin. Convicción porque por mucho que lo intente, mi República particular me hace sentir una ciudadana del mundo que, de forma circunstancial, ha nacido en un País como podría haber nacido en cualquier otro.
Mi República particular reniega de los azotes extremos y de posicionamientos agresivos que si o si, a la fuerza, pretenden convertirme en alguien que no soy o meterme con calzador en algún cajón de sastre inventado por quienes no tienen imaginación. Últimamente tengo la sospecha, de que en este País, los ciudadanos de la República como la mía somos la mayoría, porque he comenzado a oír voces que antes no oía y que dicen algo parecido a lo que yo les cuento hoy.





