A través de quince salas y desde el pasado 10 de octubre los visitantes pueden recorrer “Miró y los Estados Unidos”, la exposición recién inaugurada en la Fundación Miró de Barcelona. El título no puede ser más explícito. En ella, nos zambullimos en el mundo que se desarrolló entre Joan Miró y la cultura estadounidense, incluyendo a diversos artistas hipnotizados por su fama internacional y obra magnética. Ellos se inspiraron en su obra y a su vez, el genio catalán también se inspiró en algunos para investigar en su propia producción. Esa fama que despertó el entusiasmo de los estadounidenses empezó en la década de 920 y se extendió a lo largo de más de medio siglo. El momento crucial fue durante su estancia en Nueva York en 1947. Desde ese primer momento, repetiría sus visitas seis veces más, donde interactuó con otros colegas y abrieron nuevas vías para las prácticas artísticas. Allí aparecen nombres notables, que hoy son parte de la historia universal del arte.
Y es que el mismo Miró reconoció que le inspiró la vitalidad y la frescura de la pintura norteamericana. La exposición reúne una selección de obras de Miró junto a más de cuarenta artistas de diferentes generaciones, centrándose en las décadas de los 40's y 50’s, años de mucha innovación entre los creadores de Nueva York y marcados por encargos públicos relevantes. Miró compartió con ellos una visión de crear un arte que fuera personal pero a la vez universal, tan distante de los que vemos hoy dentro de los museos de arte contemporáneo. La muestra ha sido organizada para la Fundació Joan Miró por Marko Daniel, Matthew Gale y Dolors Rodríguez Roig en colaboración con Elsa Smithgall y The Phillips Collection de la ciudad de Washington.
Abierta al público hasta el 22 de febrero del próximo año 2026, la exposición comienza con las primeras interacciones de Miró con este excéntrico país en el año 1929, cuando un crítico de arte neoyorquino identificó a Joan Miró como “la última sensación entre los elementos más jóvenes de París”. Pierre Matisse (hijo del pintor Henri Matisse) organizó la primera exposición individual de Miró en la Valentine Gallery de la gran manzana a finales de 1930. Cuando Matisse abrió su propia galería, sus exposiciones periódicas destacaban la versatilidad del catalán. El MoMA corroboró también su importancia con adquisiciones.
En París en 1928, el escultor Alexander Calder escribió a Miró para presentarse. Calder y su esposa animaron a Miró y Pilar Juncosa a visitar los Estados Unidos y, cuando finalmente fueron allí, en 1947, el matrimonio Calder los recibió en el aeropuerto. Durante aquella estancia se intercambió Polígonos negros por una de las pinturas de Miró. Josep Lluís Sert había encargado en 1937 la Fuente de mercurio, de Calder, para el Pabellón de la República Española en París, tras la presentación de Miró. Sert, que más tarde sería decano de Arquitectura en la Universidad de Harvard, era un contacto vital para Miró en los Estados Unidos. A los murales de Miró para la universidad (1951 y 1961) los siguió el mural que realizó para los Sert. Las obras que aquí se han reunido reflejan estas amistades, que culminaron con el diseño de la Fundación en Barcelona, obra de Sert.
Miró estaba impresionado por el panorama artístico en los Estados Unidos. Exploraba la pintura mural y el grabado, pero su entusiasmo por la escultura era cada vez mayor. Entabla amistad con Louise Bourgeois cuando él y su familia llegaron a Nueva York en 1947. Miró le entregó un grabado en agradecimiento por su ayuda en el Atelier 17. Entre otros muchos artistas que también hacían grabados estaba la escultora Louise Nevelson. También se observaba una inquietud por el proceso y el equilibrio en las películas experimentales hechas por contemporáneos. Entre las obras más ingeniosas, las de Maya Deren o Len Lye.
La exposición presta especial atención hacia el movimiento surrealista. El surrealismo llegó a Estados Unidos a través de exposiciones en la década de 1930. Estas exposiciones, entre ellas en las galerías de Julien Levy y Pierre Matisse, culminaron en la retrospectiva ideada por Alfred H. Barr, Jr. para el MoMA en 1936: Fantastic Art, Dada, Surrealism. Salvador Dalí, como elemento generador de controversia, había llegado para encarnar el surrealismo en la imaginación del público. En la exposición se incluyeron más de una docena de sus obras ilusionistas, y un número similar de pinturas de Miró. Este contraste se reafirmó cuando los dos artistas catalanes fueron objeto de sendas retrospectivas simultáneas en el museo, en 1941. Para entonces, muchos surrealistas ya habían llegado a Nueva York como exiliados de la guerra de Europa. Encontramos así en esta muestra pinturas de Dalí, Yves Tanguy, Wilfredo Lamm o Roberto Matta.
Miró retomó el contacto con viejos amigos entre los exiliados que todavía no se habían ido, y cuando llegó a América, en 1947, estableció nuevos contactos. Todos los artistas cuyas obras se muestran en esta sala estaban activos en Nueva York durante aquellos años. Sin embargo, los incondicionales de Miró (en particular, su marchante, Pierre Matisse; el conservador James Johnson Sweeney, y el crítico Clement Greenberg) lo distanciaban decididamente del surrealismo, que consideraban un movimiento literario y que creían que se identificaba de manera demasiado estrecha con Dalí.
Otra de las salas muestra las ‘Constelaciones’ de Miró (1940-1959), que representan dos historias entrelazadas a lo largo de más de veinte años. Fueron muy célebres y tuvieron una gran repercusión cuando Pierre Matisse las expuso a principios de 1945 como las primeras obras procedentes de una Europa en guerra. Al cabo de poco más de una década, Matisse dirigió una edición limitada de pochoirs o estarcidos. Los estarcidos, con textos de André Breton que respondían a cada imagen, habían sido realizados por el maestro impresor Daniel Jacomet bajo la supervisión de Miró, y se publicaron en París, Nueva York y Los Ángeles en 1959.
A principios de 1945, Barnett Newman describe que en Nueva York ya ha aparecido un movimiento espontáneo de diversos artistas que están avanzando, a partir del concepto de Miró, hacia un nuevo campo de la abstracción subjetiva. Sentía interés por la obra de Samuel Kootz, William Baziotes, Mark Rothko y Robert Motherwell. Pronto cogió impulso un intercambio transatlántico.
Peggy Guggenheim causó sensación cuando expuso su colección de arte europeo y americano en la Bienal de Venecia de 1948, y dos años más tarde montó una exposición individual de Jackson Pollock en Venecia. La caligrafía y la incrustación incorporadas a El sol rojo en 1948 demuestran la respuesta de Miró a la energía que admiraba en sus colegas neoyorquinos. Cuando el coleccionista de Washington Duncan Phillips adquirió el cuadro en 1952, lo incluyó inmediatamente en Painters of Expressionistic Abstraction, junto con obras de Pollock, Adolph Gottlieb, Alfonso Ossorio, Theodoros Stamos y otros, reconociendo así la posición preeminente de Miró en las novedades de aquel momento.
Después de haber pintado su mural para la Universidad de Harvard en Barcelona, Miró visitó los Estados Unidos por segunda vez en 1952 para verlo una vez instalado y probablemente aprovechó la oportunidad para ver ‘15 Americans’ en el MoMA, que incluía obras de Baziotes, Ferber, Pollock y Rothko.
Las novedades de la década de 1960, especialmente en los campos de color, dieron un nuevo ímpetu a la pintura en Nueva York. Tras la instalación del mural de cerámica de Miró en la Universidad de Harvard, en 1960, Josep Lluís Sert encargó murales de Mark Rothko.
Los nuevos espacios de trabajo acrecentaron la ambición de Miró por llegar a públicos más amplios. El estudio de Palma diseñado por Sert le permitía reevaluar pinturas guardadas. La adquisición, en 1959, de Son Boter, la casa contigua del siglo XVIII, facilitó la producción de esculturas y propició una variada secuencia de «proyectos para monumentos». Lejos de las estatuas heroicas, esos proyectos yuxtaponían objetos humildes, ensamblándolos para engrandecerlos. La admiración de Miró por las obras de Ubú, de Alfred Jarry, apunta a una subversión subyacente del monumento tradicional.
Los promotores de los Estados Unidos mostraron muy buena disposición a convertir los proyectos de Miró en realidad, si bien los procesos eran lentos. El trabajo para la ampliación de Personaje y pájaro (1970) para Houston duró cinco años (1978-1982). En el año 1965 viajó a Chicago para plantear un encargo que no se materializó hasta 1981, aunque el modelo de bronce, Luna, sol y una estrella, está en la Fundación Miró de la ciudad condal.
Algunas de las obras más ambiciosas de Miró se probaron en París. Entre ellas estaba el Sobreteixim de los ocho paraguas (1973) y Manos volando hacia las constelaciones (1974). Dos obras más que se exponen en Barcelona se ubican en la historia: el estudio preparatorio para el tapiz realizado para el World Trade Center de Nueva York, que se perdió, junto con tantas vidas, en el 2001 tras el atentado terrorista contra las torres gemelas y, ‘La Fuente de Mercurio’, de Calder, creada para el Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París de 1937.
La relación de las personas con la escultura, la pintura y la arquitectura era una preocupación constante para Miró cuando empezó a trabajar cada vez más para espacios públicos. Quería llegar a un público amplio, mejorar la vida cotidiana de las personas, y la Fundación se convirtió en una potente expresión de ese deseo. Dando un nuevo uso a objetos cotidianos, permitió a su inventiva volver a conectar con el público.
En torno a Miró Thomas Bouchard empezó a filmar a Miró trabajando en Nueva York en 1947. El resultado fueron dos documentales: Miró Makes a Color Print y Around and About Miró, también filmado en España en 1953. El segundo documental, más largo, que cierra la exposición, muestra a Miró arraigado a las tradiciones culturales de Cataluña. Ya en 1920, Miró había declarado que era un «catalán internacional», y fue esta combinación de identidad y apertura lo que le granjeó la simpatía de sus colegas. Las obras de esta sala sustancian ese carácter internacional. Provienen de los regalos en homenaje a Miró tras su muerte y de artistas que desarrollaban su actividad en los Estados Unidos. Las relaciones se prolongan a lo largo de sus carreras. Van desde la amiga surrealista de Miró Dorothea Tanning hasta el artista español José Guerrero, más joven, y Robert Rauschenberg. Sam Francis ya le había rendido homenaje en dos litografías de 1963 tituladas Para Miró, mientras que Robert Motherwell simplemente había declarado: «de Miró me gusta todo».
Esta exposición, con la que se celebra el 50º aniversario de la fundación barcelonesa dedicada a la figura de Joan Miró, vale la pena ser visitada no sólo para ampliar la verdadera dimensión de este genio y su influencia dentro de los Estados Unidos, sus artistas y su historia cultural a lo largo de medio siglo, sino también, porque es probablemente, una de las ofertas expositivas más interesantes que esta temporada ofrece la ciudad condal, además de vistas espectaculares. No se arrepentirá.
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