Los refranes no son dogmas de fé, ni siquiera respetan las estadísticas y no siempre lo que bien empieza acaba de la misma manera. En esta lucha dialéctica de modismos, se llevó la palma el que contradice al anterior y el Levante, que empezó aventajado en el marcador, acabó con ventaja mínima, pero suficiente. Hasta el rabo, decía, todo es toro.
La victoria sonrió a quien más la buscó, seamos justos. El líder planteó el partido para ganar y mientras Fernando Vázquez lo afrontó con toda su pólvora, por escasa que sea, en el banquillo, Juan Carlos Muñiz arriesgó con cambios ofensivos que le salieron a la perfección. Los mallorquines dieron siempre por bueno el empate incluso cuando el gol de Ansotegui a los doce minutos, les hizo concebir una vana ilusión que duró solamente otros cinco más.
Dije en la víspera que los inquilinos de la valenciana barriada de Orriols no eran invulnerables y, en efecto, mostraron algunas debilidades que sus visitantes no supieron aprovechar. Más pendientes del peligro generado por Morales en las bandas, nunca se ocuparon de abrir las suyas y convirtieron en inútil la lucha solitaria de Brandon, casi siempre en desventaja respecto a sus vigilantes. El técnico local se adjudicó sin duda la partida de ajedrez sobre el entrenador gallego que cuenta desde hace unos días con un ayudante elegido, como la mitad de la plantilla, por él mismo. No creo que cambien las cosas sustancialmente porque, una vez más, la zaga se evadió en un saque de esquina, endémico problema, y uno particularmente teme que, transcurridas diez jornadas, este es el equipo que veremos durante todo el campeonato, un día más brillante y otro menos.
No se puede decir que el Mallorca jugara mal, no. A ratos movió el balón con criterio y presionó con intensidad, pero sus escaramuzas mueren donde siempre y, en parte, por una clarísima falta de velocidad en este juego colectivo en ocasiones primoroso, pero carente de peligro.







