Son ya bastantes los valores que las sociedades modernas desprecian y empobrecen a pasos agigantados al ser humano. La educación, la urbanidad, el respeto, la cultura, la religión (cualquiera que sea) o en su caso la fe, la tolerancia y otros muchos como la humildad han dejado de inculcarse y en consecuencia, ejecitarse. Este último cobra un sentido muy especial aplicada al deporte. Ha sido uno de los pilares en que se ha basado la carrera de Rafa Nadal, aunque últimamente tanto él como su tío Toni hayan perdido puntualmente las formas. Y no es, por desgracia, una virtud que adorne a los futbolistas en general y a los del Mallorca en particular, incluido su entrenador.
Justificamos ciertas actitudes al comprender que muchachos de veinte y pocos años que sin ser figuras o aunque lo fueran, son objeto de un trato preferente por los medios de comunicación, ídolos de medio pelo y con bastante dinero en el bolsillo, se vienen arriba rápidamente. Siempre, eso sí, hay excepciones que confirman la regla, pero Fernando Vázquez no es una de ellas. El técnico que se sienta actualmente en el banquillo mallorquinista nunca tiene la culpa de nada. No se corta a la hora de apreciar los defectos de “mi” equipo o “mis” jugadores, siempre defectuosos en la derrota porque, en caso de victoria, el responsable es quien los dirige que, por supuesto, ha acertado en los cambios para buscar una reacción. Jamás se ha reconocido culpable de un mal resultado, ni tratado con justicia por los árbitros a quienes siempre niega la razón, él nunca es merecedor de amonestación o expulsión. Por no gustarle, odia a los medios que, por escrito o verbalmente, cuestionan su labor.
Ha vuelto a hablar de ascenso. Es su obligación, pero desde aquí ya le digo yo que, sin humildad, juego y resultados aparte, no logrará su objetivo, aunque los dirigentes del club no piensen lo mismo o, por lo menos, eso es lo que pretenden vender.