He empezado el mes de abril con mal pie. Me gustaría saber distinguir entre una alergia primaveral y un catarro común cuando empieza a gotearme la nariz. De momento, reconozco que me encuentro mal, pero lo peor es que los demás con sus viles actos no contribuyen ni siquiera, a mejorar mi estado de ánimo porque todo el mundo hace lo que le da la gana y a mí personalmente, esto me afecta en demasía.
La primera conversación que he oído esta mañana entre dos vecinas trataba sobre el educado ruego de una de ellas, que considerara a ancianos y a enfermos ante los ladridos de los perros de la otra, la cual le ha espetado un: “¡Ojalá te mueras!” como si nada.
Después he cogido el auto para dirigirme al trabajo y en una calle estrecha de una sola dirección, el coche de delante ha frenado y ha bajado del asiento del copiloto un señor hecho y derecho que ha hablado unos minutos con el conductor y, al emitir yo un pitido, me ha mirado con cara de pocos amigos.
En el trabajo, una compañera me ha contado que mantuvo una conversación telefónica con un vecino que se pasaba todas las tardes tocando el piano y cantando. Le pidió si podía parar un momento, ya que estaban esperando la visita del médico y éste le dijo que como estaba en su casa podía hacer lo que quisiera.
De vuelta, he recogido el correo del buzón y además de facturas he encontrado una especie de antigua guía telefónica gruesa, publicidad sobre fabricación de muebles; pienso que yo me paso el día inculcando a mis alumnos que hay que reciclar y reutilizar el papel. Mientras esperaba el ascensor, una chica que posee una vivienda con terraza me ha explicado como uno de nuestros vecinos se cortaba las uñas en la galería de su casa y después, en lugar de recogerlas del suelo, las ha tirado sobre el toldo de ella que al enrrollarlo, se han caído sobre las sillas del jardín. Hay gente para todo.
Al fin de nuevo en mi hogar, podía esperar ladridos, discusiones, pitidos, música y cantos, no precisamente celestiales; pero la sorpresa ha sido mayúscula. Al entrar me ha invadido el olor a chistorra y parrillada de carne a la barbacoa que se ha apoderado de todo el piso y sobre todo, de la ropa limpia que estaba tendida. Los de la finca de al lado han decidido montarse una cena hasta altas horas de la noche…
Esta es la sociedad que formamos hoy, la confusión entre libertad y libertinaje, la ley del yo. Y nadie pide disculpas ni perdón al ver que molesta a los demás, al contrario, recibe improperios, protestas y juramentos como si el que actúa mal fuera el que se comporta como un buen ciudadano. No se entiende que siempre queramos tener razón, que no reconozcamos nuestros errores y no nos enmendemos. Si pides soluciones, seguridad o protección, por ejemplo, sobre estos actos verídicos que he expuesto te responden que mejor callar y aguantar para que no te agredan además, físicamente.
Entre estornudos, picor y lagrimeo he lanzado mi protesta porque me ha dado la gana, aunque no logre resolverlo, he tenido la satisfacción de denunciarlo, quedarme a gusto y tener la esperanza de que ustedes como mínimo, lo lean.