Los socialistas adolecen de los complejos que caracterizan al PP, y la superioridad moral que sienten les da una libertad hasta el extremo de permitirse el descaro de aplicar lo que critican de los indignados justo en el punto álgido de sus protestas. Los privilegios de la clase política y del sistema imperante de la partitocracia ha sido el agente movilizador y germen de este movimiento, a lo que los miembros del PSOE han respondido con menos democracia interna y mismo sueldo con menos trabajo para su casta. Rubalcaba fue elegido candidato a las generales del mismo esperpéntico modo que Rajoy, con el agravante de que el proceso del vicepresidente del Gobierno tuvo lugar en pleno auge de las protestas del 15M, lo que no arrugó lo más mínimo a los socialistas ni a sus medios afines. José Bono, mientras tanto, proponía la reducción de la jornada de trabajo de los parlamentarios de tres a dos jornadas semanales, eso sí, sin que su sueldo se viera rebajado en un tercio, como la cordura aconsejaría. El PSOE se siente invencible en la calle, más después del 13M de 2004, pero esta semana se ha demostrado que el partido referente de la izquierda no tiene una carta blanca absoluta. Una multitud de indignados se personaron ante el Congreso de los Diputados, mientras en Valencia los destinos de las iras se concentraron en la sede socialista. Puede que para desgracia de todos los españoles, la fuerza de este movimiento se ha ido diluyendo, pues sus denuncias no podían ser más certeras, y su forma de defenderlas, quizás, era la única posible y realista. Pero cabe buscar las causas del fracaso para que no se repitan, y existe amplio consenso sobre ellas. La clave del desfallecimiento del 15M está en quienes han querido apoderarse del movimiento, los conocidos como perroflautas, cuya imagen con los bolos, camisetas sin mangas y bolas de fuego han espantado a una masa más heterogénea que compartía su indignación. La degeneración de las protestas ha tenido su culmen con la concentración en Barcelona de un grupo de manifestantes contra la sede del PP, en un lugar donde la derecha no está presente ni en su Ayuntamiento, ni en su Autonomía, ni en el Gobierno central.
