Para el liberalismo funcionalista en cuyo marco se desarrollan las democracias parlamentarias occidentales como la nuestra, todo funciona gracias a la existencia de contrapesos que equilibran el sistema. Los errores de unos son paliados por las críticas de otros; el exceso de gasto, por la impopularidad de los impuestos; los abusos autoritarios del poder se corrigen en las urnas por los ciudadanos enfadados; el Ejecutivo está controlado por los otros poderes y al final, también la prensa contribuye a destapar lo que preocupa al elector. El modelo se autoajusta en las urnas, pero también en la esfera pública habermasiana que constantemente refleja la opinión de la sociedad: es el ámbito en el que circulan las opiniones, donde se genera la imagen pública, donde los ciudadanos y los agentes sociales ejercen un papel decisivo, al criticar y valorar al poder. Esa esfera requiere del cumplimiento por parte de los agentes de su función representativa, en el que cada uno es voz de los suyos: los vecinos de los vecinos, los ecologistas de los ecologistas, los sindicatos de los trabajadores; los colegios profesionales de sus asociados. Y requiere, decía Habermas, que el poder no se inmiscuya, no logre su objetivo de que todo el mundo lo alabe. Por lo tanto, es bien conocido que el poder tiende a extender sus tentáculos, usando entre otras armas su potencial financiero. Nada satisface más a un partido político, en el poder o en la oposición, que una organización supuestamente independiente dándole la razón: tiene credibilidad, parece alejada, pero alimenta al poder. BALEARES SIN CONTRAPESOS La democracia española no es ajena a esto. Tal vez la diferencia con otras latitudes (que no longitudes: ahí están Italia, Grecia o Portugal) es que aquí los contrapesos no han funcionado: los agentes sociales, por ejemplo, han dado la impresión de estar maniatados por el poder, de estar satisfechos con él, incluso más allá de la inclinación natural a la izquierda en los sindicatos y a la derecha de las patronales. Eran predecibles. Lo hemos visto en Baleares en los últimos años. O, por lo menos, así lo ha percibido la sociedad. ¿Cómo se puede entender que las patronales y sindicatos estuvieran permanentemente firmando pactos para el empleo, constituyendo mesas de seguimiento de la contratación laboral y asistiendo a observatorios de la ocupación, mientras el número de parados llegaba a los 150 mil, cosa nunca antes vista? ¿Hacia donde miraban cuándo pasaban delante de las largas colas del Inem? ¿Qué observaban desde sus observatorios? ¿Nunca se preguntaron si no habría algo falso en esos grandes pactos que no dieron empleo a nadie? ¿Dónde estaba la patronal mientras el Govern se endeudaba hasta las orejas, cuando los empresarios saben que la deuda desbocada nos perjudica a todos? ¿Por qué nadie parece haber ejercido la función que sus representados les hubieran exigido? Decía la semana pasada el secretario de la UGT (18 años en el cargo, un fenómeno búlgaro sólo comparable con la duración del mandato del presidente de la CAEB) que no entendía cómo los trabajadores son tan críticos con los sindicatos. Aquí tiene algunas explicaciones: ¿por qué los sindicatos no abrieron la boca cuando el Govern acordó pagar el funcionamiento y la sede de la gran patronal, con cargo a los impuestos de todos nosotros? ¿Existe algo más obsceno que con los impuestos de los trabajadores financiemos la sede de la gran patronal, entre quienes se encuentran las mayores fortunas de las Islas? Sí: más obsceno es el silencio de los sindicatos. ¿Por qué? ¿Tal vez por el mismo motivo por el que las patronales callan cuando se les da a los sindicatos 80 liberados y se les paga su funcionamiento? ¿Será para que callen que se les ha financiado su conversión en lucrativas academias de formación con el dinero europeo? El problema no está en que reciban ayudas sino en que con esas ayudas todos pensamos que es más difícil protestar. El problema no está en que las patronales reciban financiación para sus sedes y operaciones, sino en que todos creemos que no han visto cómo España se ponía al borde del precipicio porque estaban atentos a la trasferencias de dinero desde el poder. Tanto los sindicatos como las patronales tienen una función social como agentes que son: deben velar por los intereses de sus afiliados, deben hacer que su voz se oiga, llegue, esté allí, busque su parcela y se refleje en esa batalla por influir. La voz de los trabajadores, en un caso, del derecho a un puesto de trabajo, a una retribución justa, y la voz de la empresa, de la libre competencia, de la creación de empleo, de las oportunidades. NO VIERON EL AUMENTO DEL PARO Pero los unos, ante el hundimiento del mercado laboral, no hicieron ni una manifestación, ni una protesta. Tuvo que llegar a ser insoportable su silencio para que fueran a la huelga casi pidiendo perdón. Hoy, profundizando en este absurdo, vemos que la reacción sindical ante la desaparición de 89 liberados va a ser mucho más virulenta que ante la aparición en Baleares de 150 mil parados en los últimos cuatro años. Cuesta entenderlo. La patronal vio cómo el sistema de contratación público estaba totalmente desfigurado, cómo se perdió el dinero de la promoción turística, como hubo impagos masivos a las empresas y, sin embargo, no hicieron otra cosa más que hablar de una décima menos de crecimiento, buscando también brotes verdes. Ni una acusación, ni un gesto duro, ni una muestra de irritación. El modelo de gestión cambia radicalmente de izquierdas a derechas o a la inversa y estos agentes no varían su discurso ni un milímetro: siempre apoyando al poder. ¿REPRESENTAN AL QUE LES PAGA? Es lógico que los ciudadanos pensemos que esta ceguera ha tenido que ver con el dinero, con esos millones que reciben para el funcionamiento, con esas campañas publicitarias que hoy mismo se hacen en las radios, que tiene que ver con esos consejos de administración bien pagados y sin responsabilidad, con esos absurdos viajes a las ferias turísticas, que tiene que ver con la figurera de esos personajes que nos explican en la prensa cómo va la economía ya repunta, mientras en palabras de Felipe González hemos llegado al borde del precipicio. Da la impresión de que muchos agentes se han olvidado de sus representados. O, quizás soy yo el que va equivocado y estos agentes están en lo cierto: al fin y al cabo, desde el momento en que se deja de vivir de las cuotas de los afiliados para hacerlo de las subvenciones, el representado ya no es el que creíamos.





