Este fenómeno es una realidad en las aulas de nuestro país a diario. La semana pasada reflexioné sobre la autoridad del docente en el aula. La autoridad del docente y la disciplina podemos entender que van de la mano. En cuanto a la disciplina, en términos generales, ésta suscita mucho debate entre los docentes.
Son muchas las preguntas que nos podemos formular y pocas las respuestas que encontramos. ¿A los niños se les educa en el colegio? Ésta puede ser la pregunta clave. En algunas ocasiones nos podemos encontrar con familias que piensen que el centro educativo no tiene que educar a los chavales; sin embargo, otras se descargan de esta responsabilidad y se la trasladan a los profesores que se ven jugando un rol que no les tocaría.
Las estadísticas educativas en España demuestran que la disciplina es un problema grave en el sistema. De hecho, un alto porcentaje de alumnos reconoce haber ejecutado comportamientos inadecuados. Aunque no pueda parecerlo, la disciplina de un alumno va ligada directamente a su rendimiento educativo. Los alumnos que acumulan más faltas de disciplina y expulsiones son aquellos cuyo rendimiento académico es muy bajo.
En estos casos, mejorar el éxito escolar es tarea casi imposible.
En la mayoría de casos, las faltas de disciplina en los alumnos se traducen en la ausencia de límites. Es decir, alumnos que fuera del centro escolar no se someten a un orden determinado: bien por falta de formación de los padres, bien por falta de reconocimiento de autoridad por parte del menor.
Es por ello que para corregir las conductas inapropiadas en los centros educativos es importantísimo el trabajo conjunto entre las famílias y el centro. Si el alumno ve que sus padres se implican en la corrección de la conducta, la cosa cambia. “Como mi madre venga enfadada al instituto, se me cae el pelo”. El alumno, verbalizando esto, es consciente de que las consecuencias existen, son tangibles.
Pero no solo basta con esto, también es necesario actuar con celeridad. Cuando se comete una conducta contraria a la norma de convivencia establecida, el alumno tiene que percibir celeridad. De lo contrario, la corrección de la conducta no será efectiva.
Y finalmente, necesitamos otro ingrediente para el cocktail del éxito: la contundencia. Hay que ser firmes y no doblegarse. Si el menor observa un recoveco de duda o de laguna… ahí irá.
Con estos ingredientes, las dinámicas se pueden llegar a cambiar; pero para ello también necesitamos tiempo y paciencia.