Hacer una crítica sobre el Mallorca supone exponerse a los ataques de sus seguidores. Aparentemente no hay mucho que ganar, pero un columnista debe regirse por un criterio uniforme que valga para todos los casos. El mejor servicio que el periodismo puede dar a la sociedad será actuar con objetividad y con los principios por bandera, y no por la conveniencia. El verano pasado la afición mallorquinista se echó a la calle para protestar que la UEFA no permitiese a los bermellones disputar la Europa League por cuestiones económicas. Todo el trabajo deportivo de una temporada se fue al traste, en una de las decisiones con menos espíritu olímpico que se recuerdan. El Mallorca, el mallorquinismo, el fútbol y el deporte no se merecían eso. Y en la mente de los seguidores rojillos quedaron grabadas las artimañas del Villarreal para acercarse a la miel como lo hacen las moscas. Ahora, la Federación Española de Fútbol ha tratado de engatusar al Mallorca poniendo todas las facilidades en los casi 400.000 euros que se reclaman por una plaza en Segunda B para su filial. Y el Mallorca ha accedido, logrando en los despachos lo que no consiguió sobre el césped. Las cosas como son.





