Mantiene a Ana Rosa porque es complaciente, no hace daño. La presentadora tranquila “no toca los cojones”, dice con gran dominio de la metáfora el gran jefe de Telecinco, esa cadena que ha conseguido el primer puesto, desbancando incluso a TVE, la más profesional, la más serena. Pero Vasile sabe que si su cadena está arriba es tanto por la tranquila Ana Rosa como por el trasgresor Jorge Javier Vázquez o el polifacético Jordi González. Una cadena con programas populistas de gran audiencia necesita ese doble juego de policía bueno-policía malo, y esa doble cara la bordan en Telecinco. El programa matinal de Ana Rosa trata toda la actualidad relacionada con el corazón y los shows de la cadena con comedimiento en las formas. No quiere hacer daño. Es líder en su franja horaria. La Noria de González arrasa en la noche de los sábados por los encarnizados enfrentamientos verbales derecha-izquierda, y Sálvame copa las tardes porque es un programa donde el show llega a límites de desgarro personal, peleas entre colaboradores, tratamiento desenfadado y hasta rozando lo delictivo para personajes de fuera. En Sálvame los colaboradores son también personajes-actores que se quieren un día y se destruyen al siguiente, buscan complicidades con los espectadores, hay bandos y, sobre todo, se divierten aunque lloren a veces. Y el presentador tiene un punto de trasgresor en las formas, es ágil, agudo y capaz de mantener cuatro horas de televisión con escasísimas aportaciones de reportajes y documentación. Podrá gustar o no, pero Sálvame ha roto el clásico esquema de plató estático. Mesas, sillas, pasillos, vestuarios, decorados, salas, patios y hasta servicios forman parte de la dinámica de un programa tan superficial como atractivo, a juzgar por los niveles de audiencia. Y es el bastión malo de la tarde frente al bastión bueno de la mañana. Vasile necesita a los dos. A uno porque no toca los cojones a nadie y al otro porque los toca a manos llenas. Esa es la televisión que mola. Eso es lo que hay.
