Palma-dos

Con el mal augurio que pronosticaba el nombre sugerido inicialmente, es difícil que el hospital de referencia balear no acabara siendo el cementerio de una gran parte de la credibilidad política.

Al margen de las actuaciones que ha emprendido la fiscalía, más de diez años después de que se produjeran las primeras denuncias, Son Espases es el paradigma de la mediocridad y deslealtad de nuestros gobernantes. Como testificara el viejo profesor Tierno, el programa de un partido es sólo el instrumento con el que se pretende ganar unas elecciones, pero que se autodestruye una vez conseguido el gobierno.

Del compromiso conjunto de restaurar el viejo recinto de Andrea Doria a la búsqueda de solares para reubicarlo, sólo medió una mayoría absoluta. Son Puigdorfila o la Base General Asensio no resistieron la competencia de un solar en suelo rústico, donde Cursach ya había previsto instalar una residencia geriátrica. Los vecinos, bendecidos por la Orden de los Sagrados Corazones, recuperaron súbitamente la vista y descubrieron que un centro sanitario alteraba el entorno más que los bloques de inmuebles donde aún reside un ilustre socialista. El concurso para quedarse con la joya de la corona inmobiliaria Popular se resolvió entre algo más que dudas administrativas y cómplices silencios en las propias filas. Los “uemitas” intercambiaron cromos de arquitectura y la oposición se mostró indignada por los hechos presuntos, hasta que cogió el testigo y olvidó lo que figuraba en su candidatura: ¡volveremos a reabrir Son Dureta! Hasta que llegaron los síntomas de la amnesia, Izquierda Unida apostó por Son Pons, en liza con Son Hugo -que fue la alternativa nacionalista-, mientras el PSIB  priorizaba lo que Ferraz estimaba de ‘interés general’. Al final, tuvimos que admitir la teoría del mal menor, aunque lo razonaron con un desajuste presupuestario tan grande como el del Palma Arena (este sí que lo vieron justificado), un puente de acceso que no lo habría empeorado Calatrava y el mayor rosario de chapuzas que se recuerda, para acabar perdiendo las elecciones -con la medalla de la inauguración a cuestas-,  igual porque algunos pacientes progresistas estaban atascados todavía en la cola de ambulancias que les trasladaba por la vía de cintura.

Sé que algún lector avispado incluiría algún detalle más, probablemente tantos que no cabrían ni el espacio de un soporte digital, pero deberían bastar para mostrarles mi incredulidad ante la súbita recuperación del interés por esclarecer lo sucedido entre los herederos de quienes, por acción u omisión, lo hicieron posible.  Investigación, la que efectúe la policía y la que deben practicar los profesionales sanitarios, entre sus paredes húmedas por las goteras. Que no nos tomen el pelo con cortinas de humo, quienes han tardado tanto en abrir el baúl de los recuerdos, ahora prestos a zarandear un nogal a cuya sombra se frotan las manos los que esperan recolectar las nueces antisistema. Si se han cometido delitos, que los pague quien los cometió y quienes miraron para otro lado, pero constituyan una Comisión para decidir qué hacer con una vergüenza como la que ocupa la falda del Bellver y dejen que la justicia se imponga, sin que nadie disculpe o utilice un comportamiento que  a todos nos repugna.

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