Paraíso francino

Semana densa, empalagosa, como la melaza. Nos ha dejado Xabier Arzalluz, histórico de la política española. Solo quiero nombrarlo y dar el pésame a sus familiares y amigos. Cuando uno muere se acostumbra a hablar bien del difunto. Lo contrario está feo. Así que permitirán que me ahorre las opiniones sobre Arzalluz, no es el momento. No soy yo de los que van desenterrando muertos para ganar batallas, máxime cuando ni siquiera los que van prestos con la pala al hombro las libraron. Tampoco me apetece rajar de Pedro Sánchez, el fosser de Cuelgamuros. En clave local ya tenemos suficiente munición para esta columna dominical.

Esta semana hemos celebrado —o más bien tenido un puente escolar acojonante— esa fiesta ortopédica que es el Día de las Islas Baleares. El Primero de Marzo es un imán para gente rara. He llegado a creer que alguien había puesto peyote en las gominolas de mi hija. Le robo una, ando masticándola y me encuentro con un vídeo en el que sale una indigente neuronal pidiendo que Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional se piren de las Baleares. Seguro que lo han visto, ha corrido por las redes sociales. La sujeta es una tal Laura Dorado de Crida per Palma, acompañada por el mocito feliz de la izquierda patria, el barbas de Ciutat per qui l’habita. Laura lanza la retahíla de mantras indepes: «militronchos caca, malos, opresores, libertad presos políticos…». Ya saben, esas cosas de hondo calado intelectual que a la mayoría de mortales nos suenan como los alaridos de una oronda valquiria de una ópera wagneriana a oídos de un yanomami, a puto ruido sin sentido. No le deseo a Laura una agresión sexual, ni un robo, ni un accidente, ni una catástrofe natural. En serio, ningún mal quiero para ella. En todo caso, de sufrir alguna desgracia, puede recurrir a las Tortugas Ninja, al Capitán Lechuga o a una colla de castellers.

Como el Gobierno balear se ha empeñado en que somos muy guays, muy internacionalistas y esas cosas, se ha marcado un logo para nuestro día de esos que parece sacado de un anuncio de Benetton. Y oigan, fenomenal. Ponen los caretos de una asiática y de un africano para decirnos que somos todos iguales. Sí, lo somos, por supuesto. Aunque cabría recordarle a Armengol que los que se mezclan con chusma supremacista son ellos. Un servidor —y creo que la mayoría de ustedes, lectores— no vamos por ahí diciendo que los españoles tienen un bache en el ADN ni tonterías de esas del Rh negativo.

Sucede que Francina —y ya se lo comenté hace unas semanas— se ha pasado al lado oscuro a lo grande. Y no solo eso. En su delirio preelectoral vuelve a caer en el error que una y otra vez comete: confundir lo institucional con lo partidista. Su discurso de la entrega de los Premios Ramon Llull y de las medallas de la Comunidad ha sido mitinero a no poder más. Se ha permitido loar sus supuestos logros, decir lo que hará en el futuro, configurar un mañana a su gusto para todos, le voten o no, y marcarse un egotrip digno del más nigger de los raperos más chungos de Compton. Eso sí, le ha quedado pedante y cursi como de costumbre. Y feo, y de mala educación. Lo institucional debe ser blanco, sin colores políticos. Para eso está el Parlamento y las ruedas de prensa.

Entre los insulsos lugares comunes de la mastodóntica y renqueante oratoria de Armengol me ha llamado la atención eso de que quiere un futuro mejor para los jubilados, para nuestros mayores. ¿Quién no lo quiere? Todos lo queremos. Si quiere una vejez digna para nuestros mayores, lo mejor que puede hacer es eliminar el impuesto de sucesiones. ¿Qué alegría mayor puede haber para una persona que legar a sus descendientes aquello por lo que tanto ha trabajado, sabedor que su esfuerzo redundará en el bien de los suyos? Ah, no, eso no…. A pagar hasta después de muerto.

Francina es muy pro, muy chachi, y sus islas —porque se cree que son suyas— son muy plurales. Son tan plurales que la presidenta veta a Sa Fundació Jaume III en los actos de la Diada —ni de coña les dejan montar un chiringuito—, pero ella misma da una charla en la OCB un par de días después. La Obra Cultural Balear toca el pito y los políticos acuden a paso ligero. Somos tan plurales que andamos revolucionados ante la posibilidad de que el autobús de HazteOir de Stop Feminazis pueda pasar por Palma cuando lo de Valtonyc y su manía de despanzurrar picoletos nos parece libertad de expresión. Somos tan plurales que todos los que no comulgan con la tiranía de lo políticamente correcto, ese genocidio cultural, somos una pandilla de fachas retrógrados a medio evolucionar salidos de las cavernas. Somos tan plurales que solo nuestra mierda es la buena. Pues toda para vosotros, ahí os empachéis de tanta falsa pluralidad.

Pero claro, ¿qué pueden esperar de mí? Soy un mal mallorquín porque no me siento catalán de Mallorca. Soy un racista, un xenófobo, un intolerante… Sí, todo eso y mucho más. No puedo rebatirlo, no puedo defenderme. No, porque no formo parte de la corriente y soy como esos pobres desgraciados a los que juzgaban por desafectos en la Unión Soviética y a los que les daban el estatus jurídico de no persona. Ni siquiera pretendo tener razón. Me da igual. Si de algo estoy seguro es de que el paraíso francino es una pesadilla. Parafraseando a Koulikov (Ron Perlman en Enemigo a las puertas): «si este es el paraíso socialista, te lo regalo, amigo».

Y tranquilos, tengo el Rh negativo, soy cero negativo, donante universal. Hasta para eso soy un pésimo maketo. Pero esa es otra historia…

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