La Playa de Son Real, en Son Serra de Marina, es seguramente uno de los pocos reductos que nos quedan de esas playas vírgenes que todos recordamos. He visto cambiar ese paisaje durante los últimos veinte años de una forma espectacular. Las grandes dunas de la entrada se han convertido en sendas de paso, la vegetación autóctona está desapareciendo por el paso de personas y animales, porque las excursiones a caballo deterioran paulatinamente el espacio.
Ahora, al paso de los caballos se le han unido el de los perros, que con sus amos, vulneran impunemente la normativa y, amparados en la falta de vigilancia de la Administración, y en la desidia o cobardía de los testigos sin perro, pasan el día en la playa bañándose con sus mascotas.
Así, los niños juegan en la arena, esa misma donde, horas antes, ha hecho pipí el can o necesidades mayores; y después se baña junto a los perros que juegan con sus amos pletóricos de libertad, los unos por disfrutar de un ambiente nuevo, y los otros por sentirse robinsones en una isla desierta por un domingo en la vida.
Son Serra de Marina es salvaje, invita al abandono total y absoluto. Pero a ese abandono tienen derecho también aquellas personas a las que no les gustan los animales de compañía, a los que prefieren no arriesgarse a estirar su toalla sobre una caca de perro, o a los que no les gusta estar en el agua a medio metro de un can.
Los robinsones deberían meditar y recordar aquello de que la libertad tienes límites, si con su ejercicio se causan molestias a los demás, o se limita la libertad ajena.
Y la Administración debería tomar nota, e impedir la desastrosa situación que, día a día va en aumento, en esa zona del municipio de Santa Margalida.
PD: Este artículo está dedicado a “Salat”, nuestro Golden Retriever que se murió hace dos semanas, con 15 años y medio de edad. El más noble, el más fiel de los amigos.
