El final de la legislatura es el momento ideal para evaluar, de forma retrospectiva, la política sanitaria de los últimos cuatro años. Es el momento en el que se conjugan la claridad y la frescura de la cercanía, con la perspectiva y la profundidad de final de ciclo legislativo.
La legislatura ha estado mediatizada, sin duda, por la situación económica. El ritmo de crecimiento del gasto ha puesto en entredicho la propia sostenibilidad del modelo actual y ha puesto en peligro la asistencia sanitaria tal como la conocemos. Esta calificación es discutible y de hecho, discutida por un grupo de expertos y representantes del espectro político, sin embargo, no es menos cierto que en poco más de diez años se ha doblado el gasto sanitario. Además, es fácilmente constatable que la reducción drástica de los ingresos del estado habían retrasado el pago a los proveedores hasta unos niveles que hacían peligrar su propia supervivencia. La tendencia de cambio permanente que invade casi todos los campos de la sociedad ha generado mucho ruido, del que no es ajeno el sector de la salud y no ayuda a la serenidad en la toma de decisiones.
Sin embargo, a pesar de las dificultades, el sector ha aguantado con dignidad. El esfuerzo mayúsculo de todo el espectro profesional ha hecho que en un entorno de reducción de recursos provocado por la mayor crisis del último siglo, la asistencia sanitaria mantuviera sus valores y sus niveles de calidad. Los ciudadanos se han visto obligados a contribuir en el copago de servicios, la reducción de sueldos en algunos colectivos ha sido superior al treinta por ciento, y por añadir otro ejemplo, el propio precio de los medicamentos vía receta se ha reducido, para las empresas, hasta niveles de 1998-
El devenir del ministerio del ramo no ha ayudado. La ex ministra Ana Mato, voluntariosa, dedicada y cercana no pudo con la inercia de su situación personal; el ex subsecretario Juanma Moreno, fue enviado a la fallida reconquista de Andalucía, la ex secretaria general, Pilar Farjas, devuelta, por unanimidad, al redil gallego.
La inoperancia de la ex consejera Carmen Castro, con su séquito, marcó una primera parte de legislatura Orweliano. De vértigo. El paraje era caricaturesco, el espectáculo sórdido; con personajes sacados directamente de la “Rebelión en la granja” que generaban un rechazo generalizado.
La siglas y los principios son importantes, el factor humano también. Con el nombramiento de Sansaloni se volvió al diálogo y a la razón. Al final, se impuso la cordura, la sensatez y la credibilidad en las instituciones. Debió ser un trance difícil. Tuvo que reconocer muchos errores y rehacer el camino. Su inexperiencia le obligó a acelerar su curva de aprendizaje, a reducir al mínimo, la inevitable fase de ensayo - error que caracteriza las actuaciones del recién llegado y a comprometerse hasta la médula con sus obligaciones. Ha dado siempre la cara, con el riesgo muy elevado de que se la rompieran y ha liderado la siempre difícil toma de decisiones en un escenario de crisis.
De la legislatura, me quedo con el compromiso y la solvencia de los profesionales y con la voluntad de diálogo, la entereza en los momentos difíciles y la implicación del Conseller Sansaloni.
Tiempo habrá, mirando al futuro, para reformar y modernizar el sistema sanitario y continuar mejorando los resultados en salud de los ciudadanos.





