Desde el pasado siglo XIX, tras Napoleón, y de nuevo en el siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos politólogos han definido a la política como la búsqueda de la estabilidad, o sea tratar de mantener la vida interna de las sociedades y las relaciones entre sociedades en un estado de equilibrio, sin cambios importantes, sin cambios traumáticos y consiguiendo un desarrollo económico y social de la [...] sociedad con un correcto equilibrio entre libertad y seguridad.
La teoría dominante es que cualquier país del mundo necesita un gobierno fuerte y estable, para enfrentar los desafíos a los que hay que dar respuesta en un mundo en permanente cambio, y en una UE en una refundación profunda, sustentado por un partido que tenga la mayoría parlamentaria que le permita gobernar sin cortapisas.
Pero a veces las teorías, por muy bien fundadas, estudiadas y reconocidas como buenas que sean, chocan de bruces con la cruda realidad
Bélgica llegó a estar 540 días sin Gobierno, más de año y medio, con un gobierno provisional y el país siguió funcionando. Fue tras las elecciones del 13 de junio del año 2010, con lo que sobrepasó ampliamente el peor récord histórico en la clasificación mundial de los vacíos de poder: los 289 días de Irak o, en la subclase europea, los 208 días de Holanda. Sin embargo, y aparte las presiones sobre la deuda, el país presentó unos datos económicos envidiables, con mejoras sustanciales en paro, déficit y hasta en el salario mínimo.
Siempre ha sido difícil construir un pacto de Gobierno en Bélgica, con una multitud de partidos democristianos, socialistas, liberales y verdes, multiplicados por dos por razones regionales y lingüísticas, entre valones y flamencos, francófonos y neerlandófonos. Pero durante muchos años la clase política belga, como otrora la italiana, supo hacer de la necesidad virtud y se diplomó en habilidad pactista.
En España se está enfrentado la estabilidad con la pluralidad poniendo de ejemplo lo que está ocurriendo en Andalucía desde las elecciones del pasado día 22 de marzo y donde la bronca política e institucional empezó en la jornada de constitución de la X Legislatura, en la primera ocasión que se reunía la nueva Asamblea, justo para elegir la composición de la Mesa del Parlamento, donde se evidenciaron todas las diferencias que existían en el seno del parlamento.
Tras una precampaña y una campaña muy intensas, consecuencia del momento de hiperaceleración política y de campaña permanente que vivimos, unido a la incertidumbre en el resultado, a las infundadas posibilidades de cambio, a las falsas y sobredimensionadas expectativas de los partidos emergentes que se creyeron los amos del cortijo, la bofetada que les dieron los electores en los dos carrillos a ambos partidos, la debacle que sufrieron PP e IU y por último que el PSOE-A aún igualando el número de escaños que tenía en la anterior legislatura y a la vez haber ganado las elecciones, aunque sin mayoría, resulta que el Parlamento Andaluz presenta un panorama donde cada actor debe ponderar muy acertadamente, no solo sus propias fuerzas, sino también las fuerzas de las otras formaciones políticas y a la vez no defraudar a sus electores que no entenderían de trapicheos ni de componendas..
Es cierto que esta nueva pluralidad solo podrá ser útil a los andaluces si, por una parte, el bipartidismo es capaz de entender lo que ha pasado el 22 de marzo, y es que se acabó la prepotencia y tiene que abrirse paso al diálogo político, y por otra parte los otros partidos saben interiorizar que los electores les han mandado a la oposición, no les han mandado a gobernar y tienen, primero que asumir su papel de oposición, sin dedicarse a cortocircuitar cualquier iniciativa que venga de la mayoría parlamentaria y sin demostrar que van a emplear el chantaje político como arma arrojadiza y llevar a los andaluces a votar de nuevo.
Y mucho menos esperar a que pase el día 24 de mayo, fecha de las elecciones autonómicas y municipales en el resto del País y emplear Andalucía como moneda de cambio, cosa que pueden tener la tentación de hacer.
