Presidente de piedra

La labor del sacerdote Miguel Pajares, en África, es encomiable. Deseamos su pronta recuperación. Como desearíamos la recuperación de todos los demás infectados por el ébola.

Respeto y entiendo su miedo a morir ante su terrible diagnóstico y la ausencia de tratamiento.

Aunque se puede cuestionar la decisión del gobierno.

Preparar un avión medicalizado, mantener un hospital casi vacío para un enfermo, dedicar personal sanitario solamente para tratarle supone un gasto muy elevado, elevadísimo.

No hubiese sido descabellado llenar ese avión de medicinas, comida, y material hospitalario a fin de poder tratar a los infectados en Nigeria. Alguna vida más podría salvarse.

No temblaron las barbas de nadie en dar orden de repatriación para un sólo sacerdote, mientras los hospitales españoles padecen recortes y sus pasillos están más atestados que muchas playas.

En un país donde la marea blanca lucha por defender unos derechos sanitarios ya adquiridos y donde la respuesta ante una llamada solidaria siempre ha superado con creces cualquier expectativa, es evidente que había que ser más valientes desde las altas esferas. Los ciudadanos se volcarían en ayudar, aunque tal vez no entiendan el por qué de dar ayuda solamente a uno, a costa de muchos y a cargo del erario público.

Seguramente no hay peligro en España de contagio del ébola, pero introducir una enfermedad en un continente donde no existe aún, es una responsabilidad muy grande.

Así que en esta decisión política falló la generosidad, la solidaridad y la prevención. Mientras sigue primando la rigidez, la falsa moral y los intereses, estrechos intereses, entre gobierno e iglesia. Por lo que parece, tampoco es el momento de cambiar esto, ¿verdad presidente?.

 

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