No se preocupen. No voy a martirizarles hablando de la cacareada prima de riesgo. Ahora que parece que ha pasado a mejor vida, dejémosla correr.
Hablaré de otro tipo de primas y, por supuesto, de un montón de primos.
La Federación Española de Fútbol, presidida por el inmortal (como Jordi Hurtado) Ángel María Villar, había pactado con los 23 jugadores de la Selección Española que en su día fue de fútbol una prima de 720.000 euros por cabeza en caso de ganar el Mundial de Brasil. Un total, haciendo una sencilla operación, de 16.560.000 euros. Eso, sin contar al cuerpo técnico.
Desconozco si, tras el estrepitoso fracaso y el lamentable espectáculo ofrecido, ha existido algún tipo de contraprima, es decir, si los futbolistas han pagado algo a la Federación por el triste papel llevado a cabo. Imagino que no.
El hecho de ofrecer cantidades multimillonarias a futbolistas multimillonarios que se supone que además eran los mejores…, por el mero hecho de hacer lo que se espera de ellos, que es ganar, me tiene asombrado, aunque ya sé que es algo habitual.
Sin embargo, esa costumbre, ese callo que ya hemos puesto ante lo absurdo no debe impedir que, por ejemplo, hagamos algunas sencillas comparativas. Más que nada, para saber de lo que hablamos.
Por ganar el Mundial de fútbol, 23 deportistas de súper élite millonarios hasta aburrir iban a recibir, en total, 16.560.000 euros. Apenas un mes de trabajo. Siete partidos.
El Programa ADO destinado a ayudar a los atletas olímpicos de cara a Brasil 2016 tiene, en su conjunto y para todo el periodo que falta (dos años), un montante total de 35.000.000, es decir, apenas algo más del doble que las primas de los futbolistas para centenares de atletas y dos años de entrenamientos diarios.
Luego, cada cuatro años, esperamos que la esgrima, el judo, el tae-kwon-do, el salto con pértiga o el hockey hierba obtengan medallas para salvar la cara de unos responsables políticos que hacen todo lo posible para que nadie quiera dedicarse a otro deporte que no sea profesional y bien pagado, como el fútbol, el tenis o, en menor medida, el baloncesto.
Cualquiera que haya practicado un deporte minoritario sabe que para llegar a la élite, el nivel de exigencia es tanto o más alto que el nivel del fútbol o de cualquier deporte de masas. Horas de entreno, sacrificio, lesiones, falta de instalaciones adecuadas, falta de patrocinios y ayudas para las competiciones, padres pagando lo que nadie quiere gastar…
Y, sin embargo, el Estado y los mandamases del asunto gastan en los deportes que van sobrados de recursos el dinero que escatiman o niegan a otros deportistas que jamás podrán vivir de su especialidad.
Eso sí. Si por casualidad un palista o un lanzador de martillo obtienen medalla olímpica, no duden de que el sinvergüenza que les niega el pan y la sal irá corriendo a su lado para la foto, con la mejor de sus cínicas sonrisas.
A pesar de esto, tan cierto como la vida misma, miles de chavales que se dedican con su esfuerzo y el de sus familias a deportes olímpicos que ni aparecen en la prensa especializada sueñan con poder triunfar, con representar a un país que les ignora y los ningunea, aunque después, cuando los resultados no acompañan, todo el mundo espere el milagro en la marcha, o en el tiro con pistola y se hagan sesudos debates sobre lo que no va bien en nuestro deporte.
Que quede claro. Me encanta el fútbol. Me trago cuanto partido del Mundial dan por la tele en abierto, y si dieran más, más vería. Y, desde luego, desconozco todo del bádminton o de la lucha grecorromana.
Pero el hecho de que a muchos nos guste el fútbol y gracias a eso este deporte sea un enorme negocio no puede querer decir que el que tiene la desgracia de que le guste practicar la natación y quiera competir se vea necesariamente abocado a la precariedad.
El Estado no está para subirse al carro del negocio y de la rentabilidad. Está para redistribuir riqueza. Porque si el Estado no sirve para reducir las desigualdades y los abusos, que alguien me diga para qué está.
Así, a la vista de las primas ofrecidas a los futbolistas por cumplir con su obligación, resulta que hay centenares, miles de deportistas jóvenes que hoy mismo están entrenándose para, quizás, en 2016, representar a un país que les ignora, aunque después les exija medallas. Centenares, miles de primos a los que nadie les quitará la ilusión. Por increíble que parezca.