Cela Conde, siguiendo a Conrado de Villalonga, propone hoy en un periódico de Palma el derribo del Palacio de Congresos y hotel adjuntos, aún no finalizados. Los dos aducen que el edificio, contra el que no se ahorran denuestos, carece de sentido en ese lugar de Palma, además de que probablemente acabe por ser un fiasco económico. Por supuesto, tienen derecho a defender esta postura, que por otra parte comparte mucha gente. Hasta yo mismo creo que la compartiría, si no fuera que me da pavor que se enfade ese genio de la arquitectura que es Patxi Mangado. Sin embargo, a mí se me ocurre reflexionar respecto a cómo organizamos el debate en Mallorca para que aún quede lugar para cuestionar el proyecto: primero se inician las obras, después buscamos el dinero para continuarlas y cuando están muy avanzadas iniciamos la discusión sobre si acabarlas o si derribarlas. Todas las posturas son admisibles, por supuesto, salvo que me da la impresión de que tenemos un problema grave con la secuencia del debate: ¿no nos iría mejor a todos si primero analizáramos la oportunidad, conveniencia e idoneidad del proyecto y, según el resultado de este debate, construyéramos o no el mamotreto? Obviamente, cuando personas de este nivel de implicación en la vida ciudadana como Conrado o Cela Conde sienten que no participaron en la toma de la decisión inicial, es porque algo muy serio nos falla en los mecanismos de consulta a los ciudadanos. Tal vez el palacio de Congresos se puso a información pública durante un mes de agosto; tal vez la prensa miraba para otro lado o quizás se coló de rondón. Esta forma de hacer las cosas es ideal para dilapidar el dinero público pero no la más ejemplar en una sociedad madura.
