Producto interior muy bruto

Tomaba café sentado en la terraza de un bar y pensaba en mi desdichada vida. Me sentía desolado porque en las inmediaciones del Parlamento balear me había cruzado con un diputado y al acercarme a saludarlo me hizo la cobra. Meditabundo en ello cacé al vuelo y sin querer los retazos de la conversación que dos tipos mantenían en la mesa de al lado. Con infinita pesadumbre, uno le dijo al otro: «joder, me fumo el canuto mañanero y el colocón me dura una hora y pico...». Comprendí que mis problemas se reducían a insustanciales motitas de polvo ante las grandes cuestiones metafísicas que nos plantea la existencia humana. La vida nos pone a prueba cada día. ¿Qué mal peor puede haber más que tener el estómago acostumbrado a las estrellas Michelín y descubrir que el resto de los mortales ingiere comida que causa flatulencia? Pobre Josep Turull, sometido al castigo español de comer cocido en la cárcel de Estremera. Cuántos niños somalíes suspirarían por semejante tormento.

Lo de que en España no cabe un tonto más es bien cierto, como lo es que en Cataluña están por encima de la media y la gilipollez se les desborda. Tanto que han exportado a 45.000 memos a Bruselas en un solo día. Eso sí que es músculo empresarial, producto interior bruto, pero bruto de verdad.

El personaje de la semana ha sido mi tocayo Eduardo —de apellidos M.L.—, un figura capaz de lanzar su Mitsubishi Lancer a 216 kilómetros por hora en un tramo de carretera con la velocidad limitada a 60. Los del radar de la Policía Local de Palma no daban crédito. Dice el pupilo de Vin Diesel que tampoco es para tanto, que de madrugada el único que se juega la vida es él y que no hacía daño a nadie, que es un fanático de los coches y eso la gente no lo entiende. Asegura que su coche es mejor que el 90 por ciento de los que circulan por las carreteras. Supongo que ello le da derecho a creerse superior al resto y a hacer lo que le dé la gana. A mi me da que estas demostraciones de macho cabrío motorizado son la triste suplencia a un microgonadismo galopante. En fin, cada uno se mide la polla como quiere. Solo espero que, si decide seguir pisando a fondo, el día que se vaya al otro barrio lo haga abrazado a un árbol y no se lleve a nadie por delante. Al resto de imbéciles que conducimos utilitarios y monovolúmenes tal vez no nos guste palmarla con el radiador de un Mitsubishi ajeno por sombrero. Querido tocayo, la carretera es cosa seria y cualquiera puede cometer un error de fatales consecuencias, no lo andes buscando.

Otra joya es el chavalín que quería ser bombero y que tiene una madre abnegada y preocupada por el futuro de su vástago —como todas las madres—. Resulta que la mami tenía el examen de las pruebas de la oposición a bombero que había convocado el Consell de Mallorca y se lo pasó al niño. Puso codos hasta tal punto que no falló ni una de las cien preguntas de la prueba, incluso las que contenían errores y fueron impugnadas. No ha fallado ni una para disimular. Han acabado los dos detenidos. Eso es una madre, capaz de levantar el examen de una oposición pública para que a su hijo no le falte trabajo. Cuánto amor. No es justo que una madre así acabe comiendo comida flatulenta en la cárcel de la carretera de Sóller, en la que tampoco se puede dormir porque Eduardo —el del Mitsubishi— va en plan Ilegales —«soy un macarra, soy un hortera, voy a toda hostia por la carretera»— a todo meter por la noche.

Los que no necesitan ni un Mitsubishi ni las preguntas del examen porque van sombrados son los del Institut Ramon Llull. 600.000 boniatos les va a soltar Francina Armengol del presupuesto de la Comunidad del año que viene. No voy a caer en el argumento maniqueo de aquello de decir que hay otras prioridades más urgentes e importantes que financiar la cultura. Lo que sucede aquí es que el Ramon Llull no es el equivalente del Instituto Cervantes en lengua catalana, no nos engañemos. Es un chiringuito más de la nazificada Grosse Catalonia para propagar el independentismo y sufragar a poetas que nadie lee y demás plastas que no aguantaría ni la madre del bombero opositor aunque fueran sus hijos. Una vez más nos encontramos con el fomento del producto interior bruto. Por cierto, si tanto interés hay en la cultura en el ejecutivo de Armengol, les recuerdo que ya llevamos tres conselleras del ramo, se agota la legislatura, y siguen sin cumplir la promesa de reunirse con las editoriales de las Islas. Prefieren enviar la pastaca a Barcelona.

Antes de cerrar la columna semanal debo recordar a Johnny Hallyday, producto interior francés, pero de qualité, para nada bruto. El viejo roquero se nos ha ido como todos los viejos roqueros se van, demasiado joven. Ahorraré las loas, tan solo diré que por el simple hecho de haber estado casado con Sylvie Vartan ya merece mi reconocimiento, aunque yo siempre he sido más de France Gall.... Poupée de cire, poupée de son. Pero esa es otra historia.

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