El Girona, antaño un equipo extraño incluso en segunda visión A, ha sido un serio candidato al ascenso en las dos últimas temporadas. Lógicamente quemado tras ser inesperadamente víctima del Zaragoza y el Osasuna respectivamente, intenta lograr su objetivo en el tercer intento ya sea como campeón o subcampeón o, si se da el caso, en el que sería su tercer play off consecutivo.
Pero las cosas han cambiado en Montilivi y, como suele ocurrir, su mejoría en aspectos ofensivos, diez goles en cuatro partidos, se corresponde con un rendimiento defensivo muy bajo, nueve balones ha entrado en su meta y no de manera casual.
La explicación, aunque no fácil, es sencilla. Ha perdido a tres o cuatro puntales de su defensa: Becerra, el portero; Lejeune, defensa central y Clerc, un lateral izquierdo perfectamente adaptado al sistema de Machín, su entrenador. También ha cambiado al lateral derecho, ahora Cifuentes, aunque quizás con una trascendencia menor en una zaga que trascendió por su eficacia y seguridad. En suma ha bajado el nivel de su guardavallas, pues ni Bono ni René alcanzan la calidad del actual portero del Valladolid, como tampoco ha encontrado los mejores recambios a sus compañeros de retaguardia. Como en el viejo ejemplo de la sábana, en cuanto se ha tapado los pies, ha asomado su cabeza.
Si este Mallorca sin gol, no lo consigue hoy ante el equipo más goleado en este arranque de temporada, habrá que preocuparse más de lo que ya lo hemos hecho. Pero algo tendrá que tocar Fernando Vázquez para ello, pues insistir en aquello que ya ha fracasado no cambiará las cosas frente a un visitante dubitativo, pero experto y estructurado. Pólvora mojada, si, contra un bastión machacado.





