Reivindicación de la Política

Vivimos unos tiempos en los que, por diversos motivos, la Politica -en mayúscula- viene sufriendo el desprestigio de los políticos -en minúscula-. Entre los motivos de este proceso creo atisbar un cierto retroceso a tiempos feudales, en que la nobleza hacía y desacía a su antojo ejerciendo el poder institucional y militar sobre el resto de población, los siervos, a quienes no se dejó otra alternativa que trabajar la tierra y sostener, con su esfuerzo, a la nobleza. Ese proceso supuso la interrupción, durante unos mil años, de la democracia gestada en Grecia.  Evidentemente, ha llovido mucho desde entonces y la situación no es idéntica. Pero sí se intuyen algunas similitudes. En lo que se ha llamado "la aldea global" existe un proceso de concentración de poder, en todas sus expresiones (institucional, económico, militar, religioso...).  Esta misma filosofía se va trasladando a menor escala. Basta pasear por nuestras calles para ver cómo los tradicionales comercios locales van siendo sustituidos por establecimientos de marcas propiedad de grandes cadenas de distribución, el proceso recentealizador que vive el estado español, la propuesta de reforma de la planta judicial -eliminación de demarcaciones y concentración de órganos-.  Las recetas de un determinado sector -actuales aspirantes a convertirse en la nueva nobleza-, abogan por el desmantelamiento del estado descentralizado, alejando los centros de decisión y concentrando todo el poder en la capital. Creo, sinceramente, que la solución propuesta dista mucho de las necesidades actuales. Todo lo contrario. Cuando la población siente desapego de sus instituciones y políticos la reacción debería ser,precisamente, la contraria: acercar los centros de decisión a los ciudadanos.  La proximidad al ciudadano, y la inmediatez de su poder de elección, obliga a un esfuerzo por la excelencia. De hecho,la media de nuestros alcaldes muestra un grado de preparación, capacidad y dedicación mucho mayor que la de media de nuestros diputados. La razón, a mi entender, es sencilla. Para ser alcalde uno tiene que pasar examen diario con sus vecinos, más cuanto más pequeño sea el municipio.  En cambio, para ser diputado, basta demostrar una lealtad inquebrantable a quién elabora las listas, sin importar valor personal alguno puesto que el ordinal cuatro del partido tal saldrá electo, o no, con independencia de la capacidad o negligencia de la concreta persona que ocupe el lugar. No así en las listas municipales, en las que como todos nos conocemos, se prima la capacidad y se castiga electoralmente la negligencia. Todo esto me ha venido a la cabeza después que hace unas semanas en el Parlament de les Illes Balears alguno de nuestros representantes acusara a los adversarios de "hacer política". Y, digo yo, ¿Para qué cobra un diputado, si no es para hacer política?  Lo sé, es una pregunta retórica. Pero no debería ser así.  Debemos exigir a los políticos que hagan Política. Posiblemente que desvinculen la Política del partidismo, pero deben hacer Política entendida como la actividad llamada a resolver los problemas que plantea la convivencia en una sociedad libre. Hoy, posiblemente, nos encontremos en una situación más próxima a la definición marxista (de Groucho) según la cual "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".

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