Durante estos días, he podido disfrutar de una semana de descanso en mi tierra natal, con mi familia, unos días para descansar el alma y apreciar los pequeños detalles que hacen de esta vida un lugar exquisito, en algunas ocasiones.
En el camino de vuelta paramos en un pueblecito de Zaragoza, en un restaurante a pie de carretera, Restaurante Rausan, en la Villa de Alfajarín. La primera señal que nos hizo pensar que sería un buen lugar para comer fueron los innumerables camiones que entraban y salían continuamente, con un parquin y una gasolinera para dar todo el servicio necesario a los transeúntes que realizan su viaje por la citada población.
Al entrar en el local, nos encontramos con dos colas para comer, muy bien organizadas, tanto en servicio buffet como a la carta, y decidimos esperar en esta última, pues entendimos que se comería mejor. Enseguida nos hicieron pasar a un enorme salón, que más tarde observé que también estaba preparado para bodas y demás eventos.
Lo primero que me llamó la atención fue lo bien uniformado que iba todo el personal, desde el maître hasta el auxiliar de sala, y la limpieza de todo el local. Teniendo en cuenta el calor infernal, con casi 38 grados que caían fuera, podría haber sucedido que los mismos estuvieran más desaliñados.
Lo segundo de lo que me percaté fue la edad media de los mismos, que rondaba casi los 55, si no unos cuantos más, ese tipo de profesional, como la copa de un pino, que tanto cuesta encontrar en cualquier lugar, hoy en día.
En tercer lugar, me sorprendió el buen servicio que nos ofrecieron, la exquisita amabilidad de todos ellos, el servicio rápido y cariñoso con todo el mundo, y la buena disposición de todos, con un restaurante a rebosar de clientes, que no paraban de entrar.
Sinceramente, queridos amigos, he de decir que hacía muchos años que no recordaba un trato tan refinado en un lugar de estas características, un restaurante de carretera, donde los empleados me recordaron que el buen servicio todavía es posible y que ser una persona correcta y profesional no tiene tanto que ver con el trabajo que se desempeña como con el carácter, la educación y los valores de las personas.
Esos trabajadores, muchos de ellos a punto de jubilarse, corrían a servir de una punta a la otra, totalmente coordinados entre ellos, ayudándose para poder mejorar sus trabajos, y con una buena relación que era digna de admiración.
¡Qué bien nos sirvieron y cómo comimos! Unos platos excepcionalmente elaborados en un menú dominical a 16 euros. ¡No vayan a pensar que, después, la cuenta iba en relación con el servicio!, como suelen comentar muchos hosteleros, aludiendo a la bajada de precios y el mal servicio.
¡Qué poco cuesta hacer las cosas bien, querido lector! Por el mismo tiempo y salario que te van a pagar, con un poco de amor propio, puedes conseguir hacer feliz a los que te rodean y, sobre todo, convertirte en una mejor persona y en un profesional intachable.
Pero esto no se debe de hacer para la empresa, ni para no quedarse en el paro, sino que debe de hacerse por uno mismo, por ti mismo, por sentirte bien cada día cuando te levantes.
Muchas veces los trabajadores piensan que trabajan para las empresas, pero no es así. Trabajamos para ganar un salario, ¡eso es cierto!. No obstante, el cómo desarrollemos nuestras funciones solo depende de nosotros, no de nuestros jefes, ni debemos de hacerlo para mantener un puesto de trabajo, sino que va más allá de todo esto.
Sabemos que las condiciones laborales actuales no son las deseadas. Todos, de alguna forma, ganamos mucho menos de lo que ganábamos hace 20 años. El secreto no es nuestro salario; es el sentirte bien cada día al acostarte y saber que, te dediques a lo que sea, hoy puedes ser la mejor versión de ti mismo.
Todo depende de ti. No culpabilices de tu mal trabajo a una mala empresa, a un mal jefe o a un mal directivo. Todo está en tus manos y depende de ti. Tu entorno puede ser hostil, pero solo depende de ti, de cómo enfoques tu vida.
¿Quieres ser tu mejor versión?
