El bálsamo de Fierabrás que sana todas las pústulas de la divergencia política interna en cualquier partido se llama poder.
Pedro Sánchez salió victorioso de su aquelarre valenciano, un congreso del PSOE en el que no se debatía ninguna idea, y cuyo único objeto era la loa y enaltecimiento de su líder. Hasta Felipe González se prestó a esta indecente farsa, pese a sus conocidas diferencias con el proceder político de Sánchez. Algunos barones hicieron pública profesión de fe y propósito de enmienda, glosando las excelencias del madrileño, y tragándose sus propias palabras. Tocamos pelo, luego somos cojonudos. Ahora que, sin embargo, las encuestas pintan bastos, toca aparecer como una fuerza granítica, prietas las filas, recias, marciales. En el franquismo había más contraste de pareceres que en el PSOE hoy.
Sánchez es un maestro del disfraz, superando incluso al inmortal Mortadelo. La ventaja de ser un completo amoral es la de que, como un robot programable, uno puede afirmar sin sonrojarse cualquier cosa, aunque contradiga abiertamente lo que haya dicho antes.
Ahora, por lo visto, toca envolverse en la vitola de socialdemócrata. La socialdemocracia, ideología en franca crisis existencial, de la que en España ha habido escasos y poco relevantes ejemplos, fue también un disfraz para asegurar la supervivencia de las ideas socialistas en la Europa democrática posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ya no quedaba bien, en una época en la que los tanques rusos invadían cuando les parecía oportuno Hungría o Checoslovaquia, con Stalin y sus sucesores torturando y asesinando disidentes o cuando la Alemania Oriental encerraba a sus ciudadanos tras un muro para impedir que escaparan a Occidente, seguir llamándose socialistas, así que inventaron esa filfa de la socialdemocracia -fenómeno exclusivamente europeo- para, descafeinando sus fundamentos ideológicos, seguir optando al poder. En Alemania les fue de lujo, y en los países nórdicos, a su peculiar manera, también.
En España fue distinto, porque la izquierda y su mito republicano siguieron en guerra hasta, como mínimo, bien entrada la Transición. El FRAP, los GRAPO y la ETA lo demostraron incluso con sangre. Sin embargo, en 1977 pareció que también en nuestro país el socialismo se travestiría de democrático, y así fue efectivamente hasta que, tras la corrupción generalizada del felipismo, llegaron al poder Zapatero y su más que digno sucesor intelectual, Pedro Sánchez.
Fue ZP quien, para encubrir sus sonados fracasos económicos y sociales, comenzó a rebuscar en el baúl de los desechos consignas e ideas con las que dividir y enfrentar una vez más a nuestro país. Entonces surgió la llamada Memoria Histórica, hoy rebautizada como Memoria ‘Democrática’, que consiste básicamente en hacer revivir a los españoles del siglo XXI los crímenes de la Guerra Civil y de la posguerra, pero únicamente los de un bando, claro. Y los hubo, quién puede dudarlo. Pero, en cambio, resulta intolerable, por ejemplo, revisar los cometidos por los socialistas -sí, por socialistas del PSOE, con todas sus letras-, tanto durante la República -pues antes del 18 de julio de 1936, por lo visto, nadie mató a nadie, y menos si era un elemento adscrito a la izquierda-, como durante toda la Guerra Civil.
De anarquistas y comunistas ni siquiera vale la pena comentar nada aquí, no solo porque son inmunes a cualquier crítica, sino porque su protagonismo criminal llegó a tal extremo, que su deporte favorito era matarse entre sí. Otro día ya les dedicaré el artículo que merecen.
Así, con tan brillante estrategia, Zapatero y Sánchez se han podido ahorrar el pedir perdón por el asesinato de José Calvo Sotelo y de muchos otros de sus adversarios y civiles anónimos que, simplemente, no comulgaban con la idea de convertir España en un satélite de la URSS de Stalin, como proponían abiertamente socialistas como Francisco Largo Caballero, el llamado ‘Lenin español’.
Pedro Sánchez se ufana de los 142 años del Partido Socialista. Es decir, asume como propia su historia y el comportamiento de sus dirigentes y militantes a lo largo de este siglo y casi medio. Ahora nos dice, sin embargo, sin rubor alguno -mientras pacta con Podemos, ERC y Bildu y demoniza a la derecha-, que él es un socialdemócrata de toda la vida. Hasta en la Wikipedia el PSOE se define hoy como partido de centroizquierda. El abrazo con Felipe González es el cénit del histrionismo sanchista.
Para entenderlo, hay que acudir de nuevo a Mortadelo. Sánchez se haría una foto con Rajoy, con Abascal y hasta con José Antonio Primo de Rivera -si no lo hubieran asesinado los republicanos, claro- con tal de seguir en el poder. Esa es su única y genuina ideología.