Se prohibe hacer siesta

Ir a la playa, para los que somos de estas Islas, e incluso para los que residen en ellas desde hace años, ya no es lo mismo. Hemos pasado de la relajación casi absoluta, disfrutando de nuestros azules tumbados en al arena o en las rocas, a la más absoluta desesperación. Ya no es posible, en agosto, cerrar los ojos y dejarse mecer por el ruido de las olas; abrir el libro y saber que vas a poder leer hasta que te canses; entrar en el agua y poder nadar de un extremo a otro de la playa.

Agosto se ha convertido en un mes de estrés playero. No llegas a relajarte ni un momento porque si lo haces, corres el riesgo de despertar, untado de arena como un bistec empanado, con la sombrilla en Gibraltar, y rodeado de personas que, ignorando tu conquistado espacio, han plantado su tumbona encima de tu toalla y sus pies a dos centímetros de tu cabeza.

Nunca lo entenderé, yo que siempre me instalo lo más lejos posible de cualquier persona o cosa en movimiento, que los haya amantes del mundanal ruido y densidad poblacional, incluso en una recóndita playa de la isla. Son fácilmente identificables y todo un peligro, los ves venir directamente hacía ti sin dudar, aunque detrás de ti tengan 100 metros de arena blanca vacía, les da igual, vienen a por ti y a por tu pedacito de arena. Te miran fijamente mientras avanzan, nevera en mano, flotadores, manguitos, aletas y gafas de bucear, y tu piensas, que no es posible, que van a desviarse y no se acercaran más…. te equivocas, te han visto, han visto que estabas en la gloria en tu espacio de tranquilidad conquistado, y van a por ti.

Por eso mis días de playa en agosto cada vez son menos y más cortos. Porque cuando llega ese grueso de la armada naval, mi nivel de relax no compensa el de estrés que me invade.

Lo sé, no debería de haber ido. Hace años que, como muchos, deje de hacerlo, ir a las playas en agosto y prestárselas durante un mes, a los que no viven aquí. No obstante soy consciente de ésta necesidad, a veces tengo mono, y reivindico revivir mi agosto veraniego, el de mi adolescencia durante 3 meses de verano interminables; el de mis veinte años eligiendo las playas más alejadas y vacías porque ya tenía coche y no tenía porque quedarme cerca; los veranos de siesta tranquila porque todo el mundo la hacía, hasta los niños que volvíamos agotados de sol y sal.

Hoy en día no hay quien duerma, ni de 3 a 5. Debería estar prohibido hasta respirar en agosto a esas horas, y mucho más salir a la calle para hacer ruido. Debería aprobarse una Ordenanza en todos los Municipios de la Isla: “en agosto, queda prohibido no hacer la siesta”. A ver si de esta forma recuperamos algo, aunque sea ínfimo, de aquella tranquilidad de antaño, y de aquella penumbra en la que, persianas cerradas, sueños y pasiones de mediodía veraniego, se desatan por igual.

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