Semana de la Movilidad: buenas intenciones y poco más

La Semana Europea de la Movilidad, que concluyó este lunes, vuelve a ponernos ante el espejo de nuestras carencias. Una campaña bienintencionada, cargada de lemas sobre sostenibilidad, salud y eficiencia, pero que, en el caso de Mallorca y muy especialmente de Palma, evidencia un hecho incontestable: seguimos muy lejos de disponer de un transporte público que ofrezca una verdadera alternativa al uso del vehículo privado.

La teoría es impecable: reducir emisiones, descongestionar las ciudades, ganar espacio para el peatón y la bicicleta. Sin embargo, la práctica choca con una realidad que cualquiera que dependa a diario del transporte público conoce bien: frecuencias insuficientes, conexiones deficientes entre municipios, retrasos, saturación en horas punta y, en muchos casos, la imposibilidad de llegar de manera razonable de un punto a otro de la isla sin recurrir al coche.

El transporte público no debería concebirse como un recurso de segunda categoría, reservado para quienes no tienen vehículo propio, sino como la opción más lógica y eficiente para moverse. Ese cambio de mentalidad sólo es posible si la infraestructura acompaña.

La apuesta por el transporte público no puede limitarse a mejoras cosméticas o campañas de concienciación

Hoy por hoy, un residente que viva en la Part Forana y trabaje en Palma difícilmente puede confiar en que el transporte público le garantice puntualidad, comodidad y precio competitivo frente al coche. Y mientras esta ecuación no cambie, los discursos sobre movilidad sostenible se quedarán en un ritual anual.

Las instituciones tienen aquí una responsabilidad directa. La apuesta por el transporte público no puede limitarse a mejoras cosméticas o campañas de concienciación. Se requiere inversión sostenida, planificación seria y visión a largo plazo: más líneas, más frecuencia e integración real entre bus, tren, metro y bicicleta.

La movilidad no es un lujo, es un derecho y, además, una necesidad colectiva. El tráfico asfixia, la contaminación crece y la calidad de vida se resiente. Si la Semana de la Movilidad sirve de algo, debe ser para recordarnos que no basta con proclamar intenciones: hace falta transformar un modelo que, a día de hoy, sigue siendo rehén del coche particular.

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