Tempus fugit

Esta expresión latina instaurada por Virgilio no es más que un tópico que se ha utilizado a lo largo de la historia de la literatura universal por otros autores y que expresa la brevedad de las cosas, que el tiempo se esfuma.

Esta expresión, por tanto, nos abre la puerta a la reflexión de lo que es efímero. Y en nuestra sociedad hay muchas cosas que lo son. Desde lo personal, pasando por lo educativo, incluso en la política. Y, ¿por qué?. Pues muy sencillo: en lo personal, muchas veces nos arrepentimos de aquello que pudimos hacer y no hicimos. Aquel trabajo que rechacé pero por falta de valentía no hice. Aquella palabra bonita que estuve a punto de decirle a alguien pero que por vergüenza me callé.

En lo educativo, lo he experimentado muchas veces con mis alumnos. Después de algunos años de distancia, aquéllos mismos que renegaban del sermón de su profesor, te confiesan que si te hubiesen hecho caso, ahora las cosas serían muy diferentes.

Y en política, “a toro pasado” los análisis que se hacen de algunas decisiones distan mucho de las que se plantean antes de tomar la decisión.

Y estos tres casos comparten la característica de que la máquina del tiempo no se puede programar para dar macha atrás. En lo personal, el tren te pasa; en lo educativo, ya no eres capaz de subirte por la velocidad que ha alcanzado; y en lo político, el ciudadano ante según que decisiones opta por subirse a otro.

En este sentido, los partidos políticos hacen lecturas en clave interna sin evaluar los efectos externos que según qué decisiones pueden llegar a provocar. Sin ir más lejos, la encrucijada del PP Balear estos últimos días en torno a las listas electorales al Congreso de los Diputados. Si era una cuestión de tiempos entre Génova y Palau Reial, lo mejor hubiese sido parar máquinas y no enviar a la candidata a Madrid para hacerle cambiar de vagón dos días después.

Es cierto, que la memoria del elector es breve, como el tiempo, pero no es menos cierto que en ella permanece la historia y en alguna que otra ocasión aparece, en el cajón de los olvidos ese billete de tren que nos trae malos presagios.

En cualquier caso, antes de que el tempus fugit tenemos que pensar muy bien qué hacemos y por qué lo hacemos.

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