Toni Rullán (Sóller, 1941) es el menor de cuatro hermanos. Su padre, mallorquín, había comprado una finca en la que cultivaba los típicos y apreciados naranjos del pueblo. Además de los propios, con un pequeño motorcito que también había adquirido, se ocupaba asimismo de terrenos ajenos, pero siempre en el municipio. Por si fuera poco, en sus ratos libres ejercía de guía para un grupo belga habitual de la zona, que se hacía llamar Les irondeles (las golondrinas). Por su parte, la madre, luxemburguesa, trabajó en una fábrica textil antes de ocuparse de la recepción en un hotel.
Con sus padres dedicados por completo al trabajo, Toni estudió en Soller en el colegio San Felipe Neri, donde cursó el Bachiller. “Recuerdo que bajábamos a Palma a pasar la Reválida”, dice. “No me disgustaban los estudios y aplicaba la típica frase de ‘El saber no ocupa lugar’”. Rullán no fue un chico problemático en la escuela. “Si te portabas bien, no tenías problema. El problema venía si hacías gamberradas”.
Con ambición por mejorar en su vida, y aprovechando que tenía un hermano en Suiza, decidió hacer las maletas y trabajar en el país helvético. Estuvo nueve largos y fecundos años. Desde los 19 hasta los 28. Como dominaba el francés, ejercía de traductor en las conversaciones entre el director y los muchos trabajadores españoles empleados en la fábrica que le había contratado. Eran tiempos en que la emigración desde nuestro país era un ejercicio muy habitual.
“Recuerdo que solía jugar a fútbol con los suizos, que, por cierto, eran muy duros. Pero un día me planteé que corría el riesgo de lesionarme, con lo cual podía estar impedido para trabajar. Ése era un lujo que yo no me podía permitir, y dejé de jugar”, rememora.
Al poco de regresar a la Isla, pero esta vez ya para quedarse, Rullán, ya con dominio del francés y el alemán, abrió un bar en Cala Major. En 1970, “una añada muy buena de vino”, se casó. “Mi mujer es de Navarra y venía a Mallorca huyendo del frío y porque aquí también tenía familia. En todas las decisiones que tomé siempre tuve su apoyo”. El matrimonio fijó su residencia en Palma. Entonces, Toni Rullán trabajó una temporada en la recepción de un hotel en el Arenal, en tanto que la familia se ampliaba: en 1975 nació su hijo, y en 1978 lo hizo su hija.
Mientras trabajaba como recepcionista, otro buen amigo le propuso que le ayudara en la comercialización de licores. Así las cosas, Rullán, siempre entusiasta y enérgico, hacía doble jornada: como recepcionista y como representante. “Aquello me gustó mucho, me lo pasaba bien, podía conocer a personas interesantes y encima se ganaba bastante dinero. Siempre digo que en aquello a lo que te dedicas, uno no debe hacer el tonto, sino aplicarse a aprovechar al máximo”.
Él se ocupaba preferentemente de los hoteles y restaurantes de la zona Manacor y Cala d’Or. “Amigos míos me decían que los representantes vivíamos muy bien, todo el día para arriba y para abajo, y yo no les decía lo contrario, pero les añadía que, al llegar a la empresa por la noche, tenías que llevar un buen número de pedidos bajo el brazo. Había que trabajar duro”.
Ese trabajo, que requería de un don de gentes que Toni Rullán ya poseía por aquel entonces, le funcionaba muy bien. En un momento dado, el dueño de la empresa que también era propietario de un hotel, le ofreció a Toni la posibilidad de quedarse con la empresa de distribución. Rullán no dejó pasar ese tren. “Haciendo el mismo trabajo de siempre, ganaría más dinero”, se dijo a sí mismo.
En aquel momento, ya estaba habituado a tratar con los responsables de los caldos de Ribera de Duero o Rioja. “A veces venían ellos, otras veces era yo el que viajaba para tratar con ellos. Yo tenía la distribución para toda Mallorca. Vendíamos mucho Rioja, también Ribera del Duero, también vino catalán. El vino mallorquín vendría más tarde. En todo caso, el hecho de tener un producto de primera calidad era factor imprescindible para prosperar en el negocio. Y nosotros distribuíamos no solamente vino, sino también cavas y licores”.
Nos situamos a mediados de los años ochenta. Rullán aún conserva hojas de control de ingresos escritas a mano. “Era un trabajo de chinos, pero me encantaba hacerlo”, reconoce. En esas hojas de cálculo escritas a mano, se aprecia, entre otras cosas, el hecho de que en enero se registraban muy pocas ventas, las cuales iban incrementándose con la llegada de la temporada turística. A título de ejemplo, en el año 1985, las ventas ascendieron a 41 millones de pesetas. La plantilla de la empresa la componían seis representantes y el propio Rullán a la cabeza.
Otra característica de la empresa de Toni Rullán era la puntualidad y el rigor en las entregas. “Eso era ley, sin eso nada valía”. Para ello, Rullán empezaba la jornada a las siete de la mañana y llegaba a casa para cenar. En todo caso, él confiesa que la clave del éxito de la empresa es “contar con un buen equipo de reparto y de comerciales; como dueño, hacer las cosas bien sin engañar a nadie y tener la capacidad de reinvertir año tras año el beneficio en la propia empresa, para seguir dando trabajo a todos los empleados”.
En 1991, Rullán inició su aventura en el Polígono Can Valero con Rullán Navarro. “Hice construir una nave muy alta para ganar espacio. Con la adquisición del local en el polígono, nos ahorramos un alquiler importante. En aquella época, de alquiler, se podía llegar a pagar mil pesetas por metro cuadrado, y eso era mucho dinero”. Aquel cambio de ubicación fue un espaldarazo para la empresa, un punto de inflexión incuestionable.
La constancia, el trabajo bien hecho, el buen servicio a los clientes ha permitido a Rullán Navarro no sólo mantenerse sino incluso crecer y mejorar. Hubo un momento en que hizo una incursión en Menorca e Ibiza, pero la idea no cuajó (“había muchos gastos”) y se abandonó. En la actualidad, la empresa Rullán Navarro cuenta con una plantilla de una veintena de trabajadores. Entre ellos, están los dos hijos de Rullán; es decir, la segunda generación: Toni y Silvina. Él trabaja en el departamento de logística y ella, en el departamento comercial y gerencia. Gracias al apoyo que siempre tuvo de su mujer, y a la continuidad de sus hijos, ahora está tranquilo sabiendo que la empresa que construyó perdurará en el tiempo.
Para Rullán, “el trabajo fue todo un entretenimiento a la vez que una manera de ganarme la vida”. Dice que no por el hecho de ser empresario uno debe verse o creerse superior a los demás miembros de la empresa. “Un empresario que ha sido educado como Dios manda se dará cuenta de que no es más que cualquier otro trabajador aplicado de la empresa. Yo, a mis trabajadores, más que empleados, los considero amigos. Considero que empresarios y trabajadores se necesitan mutuamente. Los unos sin los otros no irían a ninguna parte”.
Afirma orgulloso tener empleados que han desarrollado toda su vida laboral junto a él. “Por ejemplo, tenemos a uno que empezó como mozo, luego fue chófer y finalmente jefe de almacén”. Este mismo carácter humilde y sencillo le lleva a decir: “La ostentación, si no la sabes llevar, te acarreará muchos problemas”.
En su momento, Toni Rullán fue socio-accionista de Macià Batle, una de las referencias claras del vino mallorquín. “El vino de Mallorca ha ido ganando prestigio y calidad. Hoy en día, es prácticamente imposible encontrar una carta en Mallorca sin vino mallorquín. Todavía estamos en el boom iniciado años atrás. Los alemanes, por ejemplo, lo consumen mucho y se lo llevan a su país. Lo que hace falta, en mi opinión, es todavía mayor inversión, aunque se está en el buen camino”.
A la pregunta de si la crisis ha afectado muy gravemente a la empresa, la respuesta de Toni Rullán es tajante y rotunda: “No”. Y la explicación la siguiente. “Nosotros nos hemos podido mantener estables, por las claves a las que he aludido anteriormente: buen producto y buen equipo de profesionales a mi alrededor”.
Finalmente, preguntado sobre si el mundo vitivinícola tiene algo que ver con lo que mostraba del mismo la famosa serie norteamericana Falcon Crest, Toni Rullán lo desmiente categóricamente. “Las películas son eso, películas, aunque es indudable que a mí este negocio me satisface mucho”.
En cualquier caso, él –a pesar de no ser un gran bebedor de vino- atesora en el sótano de la sede de Rullán Navarro una vinoteca que haría las delicias de los aficionados al mundo del vino y los licores. Como si de un museo se tratara, Rullán tiene expuestos caldos y licores de todo tipo y condición, y de gran variedad de añadas.
Esta entrevista ha sido publicada en el libro Empresarios con Valor editado por Asima para realzar la figura del empresario.