Cuántas veces nos ha pasado que, tras un prolongado periodo de tiempo acumulando presión, en que esa carga que habitualmente notamos sobre los hombros supera los umbrales de lo soportable, sentimos la imperiosa necesidad de parar, de tomar distancia de todo lo que nos está pasando a nuestro alrededor porque percibimos que cualquier decisión que adoptemos en esas concretas circunstancias va a ser, a todas luces, equivocada. Efectivamente, no podemos elegir el camino correcto cuando estamos cansados, saturados, enfadados, estresados, ofuscados y hastiados. Todo a nuestro alrededor parece complicarse y, lógicamente, todo acaba en el peor de los escenarios porque se rompe el equilibrio.
Ahí esta la clave. Todo funciona, todo marcha, cualquier obstáculo es mínimo y cualquier enemigo es pequeño si tenemos equilibrio, pues solo desde el equilibrio somos capaces de manejar cuanto nos pasa en la vida. Siempre debemos luchar por mantenernos en ese siempre anhelado punto medio, en esa posición de tranquilidad desde la cual tomar las decisiones que nos permiten construir, poco a poco, nuestro futuro.
Pues bien, este escenario que a todos nos resulta tan evidente y que tantos sacrificios nos cuesta, es perfectamente aplicable a todos los ámbitos de nuestra sociedad y, como no puede ser de otro modo, de nuestra realidad política. En cierta manera siempre he creído que del mismo modo que cada pequeña familia es una muestra de nuestra sociedad en miniatura, el conjunto de personas que forman una comunidad, un estado o un país, venimos a constituir una gran familia.
Y me temo que en el caso de Cataluña lo que se necesita, por encima de todo, es parar. Se ha entrado en una dinámica peligrosa y autodestructiva. Hay demasiado cansancio, saturación, enfado, estrés, ofuscación y hastío, y así, obviamente, no se toman deciciones correctas. Y menos cuando mezclamos conceptos y razonamientos que poco ligan los unos con los otros. El coctel que forman ingredientes tan dispares como historia, sentimientos y financiación no tango claro que maride bien con lo que realmente necesitamos todos.
La mejor de las soluciones no sé cuál es, desde luego, porque creo que debe nacer del diálogo, la negociacíon y desde la moderación de quienes conozcan a fondo la situación y todas las variables en juego, que nos son pocas. Lo que sí sé y siento es que creo en un proyecto común en que todos cabemos, en que todos decidimos, donde todos tenemos cosas que aportar y tenemos que ser escuchados. Y siento que este proyecto es común, porque me resulta muy difícil creer que, desde el equilibrio, la mesura y la distancia que dan las cosas, queramos romper y separar en vez de unir.
Amo Cataluña. Amo la tierra que vio nacer a mi madre y en que vive mi hermana y su familia…mi familia. Obviamente, hay que cambiar muchas cosas, hay que replantear muchos temas y hay que ser justos, partiendo de la máxima por todos conocidas de que justicia no es dar a todos lo mismo sino a cada uno lo suyo. Insisto, hay que hablar, negociar y buscar una solución. Pero eso sí, juntos y en equilibrio, pues de lo contrario caemos en la tentación de ir tomando decisiones que topan y pretenden quebrar los principios básicos que todos nos hemos dado en nuestra Constitución. Y eso es inadmisible. Por eso, paremos, demos entre todos muestras de madurez democrática y estudiemos las miles de posibilidades que todos podemos imaginar antes de llegar a la separación. Porque son muchas las opciones, opciones que implicarán esfuerzo por ambas partes para dialogar, renunciar, transigir y escuchar. Hagámoslo, a buen seguro merecerá la pena. Pero para lograrlo, no lo olvidemos, debemos estar tranquilos, debemos parar, debemos tomar distancia...o cualquier decisión que se tome, será equivocada.
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