Lo que hoy en día se conoce como Halloween, expresión inglesa que en español equivaldría a ‘noche o velada de Todos los Santos’ y que se caracteriza por la proliferación de adornos y disfraces asociados a las historias o relatos de terror, ha venido a ocupar, progresivamente, el lugar que antes le correspondía, en Mallorca, a la ‘nit de les ànimes’, de la misma manera que ha ocurrido también en otros muchos territorios de Europa.
No obstante, se estaría incurriendo en una grave equivocación si echáramos tierra, por utilizar un símil muy ligado a esta época del calendario, sobre las tradiciones autóctonas. Así, en Mallorca, desde un punto de vista gastronómico, los cánones indican que no puede faltar el ‘rosari de Tots Sants’ y los ‘panellets’.
EL 'ROSARI', SÍMBOLO DE OPULENCIA
Pero vayamos por partes. El ‘rosari’ es un recargado producto de repostería, de composición y estética que destilan cierto barroquismo, que reúne, en una especie de collar que va anudado en torno al cuello de una persona, un amplio inventario de dulces, que comprende desde las indispensables piezas de chocolate hasta los caramelos de todos los gustos y sabores o cualquier otro tipo de chuchería.
En cierta manera, aunque tal vez no todo el mundo era consciente por entonces de ello, el ‘rosari’ marcaba, en su momento, una cierta diferenciación social, ya que, más allá de su diversidad, la pieza central de este producto es la patena que figura justo en el centro de su formato circular. Cuanto más grande es esta patena, más voluminoso es el ‘rosari’, y más dulces es capaz de acoger.
Por supuesto, su valor económico también es superior, y, por esta razón, en la Mallorca de los duros años de la postguerra, regalar un ‘rosari dels grossos’ a los hijos, más grande y mejor provisto de bombones y caramelos que el de los hijos de los vecinos, podía ser entendido, no sin cierta lógica, como una señal de opulencia y prosperidad. Al menos, en apariencia.
'PANELLETS', SUMA DE INGREDIENTES
Además del ‘rosari’, también forman parte del entorno culinario de la tradición mallorquína los ‘panellets’, generalmente elaborados a base de piñón, si bien existen diferentes opciones para el consumidor, ya que el sabor y la composición pueden responder a las características del chocolate, la naranja u otras alternativas igualmente suculentas.
Para ser más precisos, los ‘panellets’ son panes muy pequeños cuya harina ha sido mezclada, durante el proceso de elaboración, con otros ingredientes, como los piñones o la avellana. En su momento, fue también uno de los manjares indisolublemente asociados a la velada de Tots Sants, a pesar de tratarse de un propuesta relativamente moderna, que bien podría datar de principios del pasado siglo.
La tradición culinaria de la isla también asocia muy directamente estas fechas con los productos agrícolas de temporada, cuyo consumo solía dispararse en estos inicios de otoño. Entre estos, cabría citar, por supuesto, las peras, y también las manzanas, las uvas, las legumbres, los boniatos, el melón, los nísperos, las nueces o los caquis.
DECORACIÓN
Lógicamente, hay que dedicar una mención especial a las castañas y la calabaza, símbolo por excelencia del Halloween universal, pero también muy presente en el imaginario colectivo mallorquín. No obstante, la calabaza traspasa nítidamente el ámbito gastronómico para erigirse en la gran ‘estrella’ de la decoración a lo largo de estas fechas.
Es complicado, estas semanas, acudir a un supermercado o cualquier otro tipo de establecimiento comercial sin asistir a una incesante proliferación de productos que adoptan la forma de la calabaza, más allá de que se trate de velas, juguetes, caramelos o cualquier otro artículo de consumo.
En las casas, la calabaza preside ventanas, puertas, terrazas y los rincones más diversos del interior de la vivienda, en muchos casos en su formato lumínico, lo cual realza todavía más su peculiar e intransferible estética.
TRADICIÓN
Ahora bien, ¿por qué está tan vinculada la calabaza a Halloween, y no tan solo en su modalidad más externa sino también en la puramente autóctona? En realidad, la calabaza concebida como objeto de decoración en estas fechas, generalmente en su modelo con iluminación incorporada, proviene de la tradición celta, cuando, tratando de rememorar una vieja leyenda, la de Jack O’Lantern (lantern = linterna), los irlandeses tuvieron la idea de convertir los nabos tallados en lámparas.
Pero, ¿qué cuenta, exactamente, esa leyenda? ¿Y quién era Jack O’Lantern? Este personaje, según la mitología, forjó un curioso 'pacto con el diablo', y estamos hablando con absoluta literalidad. El acuerdo consistía en que, cuando falleciera, no pagaría las consecuencias de sus actos.
En otras palabras, por maligno que hubiera sido su comportamiento en vida, nunca se vería obligado a quemarse en el infierno. El diablo cumplió su palabra, pero, por desgracia para Jack, en el cielo tampoco quisieron saber nada de su alma, así que no tuvo más remedio que convertirse en un espíritu errante, condenado a vagar indefinidamente entre el paraíso celestial y el fuego eterno.
FANTASMAS ILUMINADOS
La figura que representa a Jack, en esta tradición, es la de un fantasma provisto de un haz de luz que va mostrándole su camino; de ahí, el uso del nabo tallado con agujeros por los que se colaba la iluminación.
Más adelante, ya en el siglo XIX, cuando se produjeron las oleadas de inmigrantes irlandeses que buscaban la ‘tierra prometida’ al otro lado del océano, en Estados Unidos, estas gentes tomaron contacto, en su país de acogida, con una planta que resultaba más fácil de tallar y manejar que el nabo. Estamos haciendo referencia, por supuesto, a la calabaza, tan asociada a los días y las noches previas al 1 de noviembre.
Todos estos relatos seculares, a medio camino entre la épica y la brujería, han llegado a Europa, pero eso no significa que cada territorio no conserve su propio imaginario. En Mallorca, grupos cada vez más numerosos de ciudadanos reivindican la necesidad de hacer frente a la creciente proliferación del modelo americano de la fiesta de Halloween, recuperando la simbología autóctona propia de esta fiesta.
'BRUIXES' Y 'ÀNIMES'
Es en este contexto donde hay que situar el resurgimiento de figuras como las ‘bruixes’ y las ‘ànimes’, que han sobrevivido al paso de los siglos para seguir estando presente en nuestros días. La existencia de estos personajes legendarios también nos retrotrae al uso de la iluminación, tal como hemos visto que ocurría en el caso de la calabaza.
En efecto, la tradición explica que, el día de Tots Sants, estas almas errantes regresan a la tierra para reencontrarse con quienes eran en vida sus seres queridos, y estos, con la finalidad de que no equivoquen su camino, dejan, en las ventanas o en algún lugar visible de la casa, algún tipo de lámpara, linterna, pila, u otro tipo de objeto iluminado.
En realidad, los usos y costumbres vigentes en Mallorca en cuanto a esta ‘guía luminosa’ de las almas no es muy distinta a la que impera en países como México, donde la noche de los muertos se vive con especial devoción.
VISITA FAMILIAR AL CEMENTERIO
No obstante, si hay alguna tradición indesligablemente vinculada a estos días es la visita al cementerio para depositar la correspondiente ofrenda floral, u otra clase de recuerdo, en la tumba o sepultura familiar. Este es, seguramente, la costumbre social que más pujanza sigue teniendo en la isla y que en mayor grado equipara la época actual con los periodos precedentes.
Tal vez, cabe admitir que han decaído algunas costumbres que antaño se consideraban imprescindibles, como vestirse de riguroso luto, y provistos de traje y corbata, para la visita al cementerio. Hoy en día, las vestimentas son menos formales y rigurosas, y más teniendo en cuenta que, aunque ya hace tiempo que hemos iniciado el otoño, las temperaturas siguen siendo inusualmente elevadas.
Aun así, sigue considerándose un acto marcadamente familiar y reservado estrictamente para el 1 de noviembre, o bien, por razones de comodidad o para evitar colas y atascos innecesarios, para las jornadas inmediatamente anteriores o posteriores. Para muchas personas, esta es, de hecho, la única visita al camposanto que realizan a lo largo de todo el año.
OFRENDA FLORAL
Este también es el tramo del calendario en que más floreciente, y nunca mejor dicho, resulta, precisamente, el negocio de las floristerías, de los que bien puede afirmarse que hacen su agosto en noviembre. Y es que la tradición manda que la peregrinación familiar al cementerio en señal de respeto a la memoria de los antepasados ha de estar acompañada, necesariamente, por una ofrenda floral a la altura de la ocasión.
A este respecto, el comprador dispone de múltiples opciones. Sin embargo, en Mallorca, las flores más vendidas para esta visita a la sepultura familiar son los crisantemos, si bien también es habitual la adquisición de rosas y claveles.
La tradición también recomienda que la persona que rinde tributo de homenaje al ser querido no lo haga, simplemente, con el depósito de un ramo de flores, que, hasta cierto punto, puede resultar excesivamente frío o impersonal. Desde una perspectiva de prestigio social, en Mallorca siempre se ha elogiado especialmente el cuidado y el mimo con el que los familiares llevan a cabo su ofrenda, y el tiempo que invierten en acondicionar adecuadamente la sepultura, limpiando cualquier resto de suciedad o descuido. Por supuesto, en esto también tiene bastante que ver el presupuesto de que se dispone a tal efecto.
TENDENCIA A LA GLOBALIZACIÓN
Todas estas tradiciones ligadas a la cultura y la historia de Mallorca siguen teniendo vigencia. Sin embargo, estaríamos negando la realidad más evidente si restáramos importancia a la creciente pujanza de los símbolos importados de Estados Unidos y, como hemos visto, en último término, del imaginario celta.
Este imparable ascenso del Halloween americano es, para los expertos y analistas, un fruto directo de la globalización cultural y económica que afecta a todo el planeta, y que se asienta en la creciente uniformidad de los contenidos, preferentemente audiovisuales, a los que tiene acceso la población, independientemente de que se resida en Irlanda, Italia, Rusia, Estados Unido o, por supuesto, Mallorca.
El cine constituye, en este sentido, un eficaz portador de estas pautas globalizadoras. No obedece, en absoluto, a la casualidad que la moda de Halloween empezara a cobrar forma, tanto en Europa como en otros territorios más allá de Estados Unidos, a partir del estreno, en 1978, del clásico de terror dirigido por John Carpenter y del que se han rodado nada menos que 12 secuelas (en realidad, 13, pero una de ellas, la tercera parte, se aparta claramente de la trama original). Todas estas películas, por cierto, han llegado a las grandes pantallas de España.
INFLUENCIAS CULTURALES
42 años después de la primera entrega, la saga de ‘La noche de Halloween’ sigue haciendo adeptos entre las nuevas generaciones, y, de hecho, estas semanas se ha estrenado la más reciente de las secuelas, que cuenta, como protagonista, con la actriz que ya encabezó el reparto de la película de finales de los 70, Jamie Lee Curtis. Teóricamente, esta continuación de la historia sobre el maníaco asesino Michael Myers, actualmente en las carteleras de Palma, ha de poner punto y final a la saga, y el título elegido resulta suficientemente elocuente al respecto: ‘Halloween Ends’.
Sin embargo, aunque Michael Myers no vuelva a esgrimir su cuchillo contra los apacibles habitantes de la ficticia ciudad de Haddonfield, su máscara siniestramente pálida e impersonal seguirá siendo, por mucho tiempo, la imagen más nítida de esta versión globalizada de Halloween que tanto éxito tiene entre los niños y jóvenes, seguramente por su componente lúdico y por la importancia que concede al disfraz. Por supuesto, cuanto más terrorífico, mejor.
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