Las sociedades europeas enriquecidas de posguerra comenzaron a demandar un bien inexistente a lo largo de la historia de la humanidad: el ocio. Muchas de las mayores playas de las islas se convirtieron en las zonas pioneras de la moderna actividad turística. Se construyeron hoteles y a partir de ahí, poco a poco, se fueron desarrollando más y más servicios complementarios, por lo que no pasó mucho tiempo a que surgieran también necesidades residenciales.
Para cubrir estas últimas, se siguieron dos enfoques urbanísticos diferentes, el mayoritario fue aceptar diferentes usos entremezclados del suelo. La alternativa, bien visible en Calviá, fue un modelo mucho más delimitando separando el uso el residencial de los trabajadores. La urbanización Pablo Iglesias (durante años también conocida como La Pantera Rosa) de Santa Ponça es el ejemplo más emblemático, aunque existen varios otros. Personalmente me inclino a pensar que este segundo modelo es mucho más problemático, aunque este no sea el tema de este artículo.
En cualquier caso, al contar con población propia, las zonas turísticas se han ido transformando paulatinamente en ciudades, contando con todo tipo de servicios y actividades urbanas, tales como colegios e institutos, centros de salud, oficinas bancarias, centros comerciales, grandes superficies, teatros, salas de exposiciones, parques infantiles, mercadillos sabatinos o dominicales, edificios de oficinas, iglesias, mezquitas, sinagogas, etc.
Estas nuevas urbes, surgidas al calor del turismo playero, actualmente ya mantienen la mayor parte de su actividad todo el año. Pues aunque sea cierto que las playas se vacían cuando descienden las temperaturas, los niños acuden a sus colegios, y los dentistas a sus consultas, lo mismo que los abogados y los asesores tributarios, también los fontaneros y los electricistas o los vendedores de coches usados, etc. Sólo por poner algunos ejemplos de las muchas actividades que se mantienen o que incluso son más propias de la temporada baja.
Al mismo tiempo, muchos de los pueblos isleños del interior que nacieron vinculados al mundo rural, se han convertido en barrios dormitorios de los nuevos enclaves ciudadanos, lo cual también obliga a desplazamientos diarios. Lo mismo ocurre con los polígonos empresariales surgidos por doquier.
Las actuales carreteras son las prácticamente únicas vías para desplazamientos interurbanos, incluido la mayor parte de transporte público concesionado, por lo que es lógico que, con el crecimiento de las distintas nuevas ciudades mencionadas, tienden a estar saturadas.
Por otro lado, el mercado de la vivienda está extremadamente intervenido por el poder político, en parte por considerarlo una magnífica fuente de recursos fiscales. No debemos olvidar que los impuestos giran en torno a cualquier manifestación de riqueza, y, sin duda, la vivienda es el principal patrimonio de la inmensa mayoría de familias. Este alto intervencionismo dificulta que el mercado de inmuebles residenciales produzca resultados eficientes, provocando lo que los economistas denominan una “pérdida irrecuperable de eficiencia”. Dicho de forma más sencilla, comprar y vender casas en España sale demasiado caro en costes de transacción, por lo que lo mejor es continuar en la misma casa aunque aunque tus circunstancias cambien. El mercado del alquiler, con Sánchez, ha vuelto a la situación que tenía en tiempos de Franco.
De igual manera, en materia de transporte público, el sistema de concesiones de rutas preestablecidas tampoco ayuda a mejorar la situación (ahora agravada con la “gratuidad”). Pues se trata de un modelo excesivamente rígido que no permite detectar algunas de las necesidades más concretas; algo que sí podría hacer potencialmente la iniciativa privada empresarial, al poder manejar más información. Efectivamente, tal como ocurre en otros países, la liberalización del transporte público también podría contribuir a un mejor aprovechamiento de los recursos disponibles a la hora de enfocar los desplazamientos más habituales, aplazando los problemas de congestión.
En definitiva, la saturación y los atascos están más relacionados con nuestro modelo social que con la presencia de turistas. Por todo ello me atrevo a pronosticar que mañana ya iniciamos el mes de octubre y los problemas del tráfico van a continuar. Las únicas soluciones que se vislumbran son una reducción del intervencionismo gubernativo, muy difícil de llevar a la práctica, y la construcción de nuevas infraestructuras, como metros y trenes, cuyas obras se convierten en más difíciles de ejecutar cuanto más tiempo pasa por la propia dinámica social. Por todo ello les recomiendo armarse de paciencia.





