Un líder inspirador

Dedicar una columna a comentar la última mentira de Pedro Sánchez sería como escribir un artículo para explicar que, en Mallorca, hace calor en verano. «Sí, claro, lo normal, ¿y qué?». El asunto no da para más, porque los embustes del presidente hace tiempo que dejaron de ser noticia, lo cual no significa que no tengan consecuencias. Todo lo contrario. A mí me interesan esas consecuencias, porque explican con claridad lo que algunos socialistas, o muchos, no aciertan a explicarse sobre lo sucedido esta semana en el PSOE, con el pozo séptico borboteando en Ferraz y en Moncloa, dejándolo todo perdido. Me gustaría ayudarles a entender el comportamiento de Santos Cerdán.

Vaya por delante la obviedad de que corruptos hay en todos los partidos. De ahí la estupidez, tan de izquierdas, de atribuir la corrupción a los partidos de derechas como si ésta formara parte de su ADN, mientras que los golfos zurdos son una excepción, una suerte de forúnculo, molesto pero temporal, que brota en la piel limpia y sana característica de los partidos de izquierdas. Los números en España dicen otra cosa. Los millones saqueados por el PSOE en Andalucía se parecen al récord de los 22 títulos de Grand Slam de Nadal, que pretende superar Alcaraz. Puede que venga alguien por detrás de Chaves y Griñán, otros dirigentes con gran talento para malversar fondos públicos, pero no será fácil batir la marca de los ERE. Se necesitan muchos Koldos para robar tanta pasta.

Pero no me quiero desviar. Les decía que la ausencia absoluta de escrúpulos a la hora de liderar una organización, antes o después, acarrea consecuencias. Y al revés, un liderazgo moral inspira comportamientos basados en la honestidad, la transparencia, el respeto y la mesura. Incluso puede reconducir actitudes poco ejemplares, aunque solo fuera por el miedo a perder el favor de un jefe decente. Ese liderazgo moral jamás ha existido en Sánchez, y la mejor prueba es la novedad que aporta el caso de Santos Cerdán y Koldo. Lo habitual es que, con el paso del tiempo, los reparos éticos de algunas personas próximas al poder se aflojen, y comiencen a robar. Las grabaciones parecen demostrar que estos dos metían la mano en la caja desde el mismo día en que se subieron al Peugeot de Pedro, y no pararon hasta que la Guardia Civil les dio el alto.

Produce bochorno el intento de algunos periodistas por dar verosimilitud a la versión de Sánchez, según la cual se enteró de todo al mismo tiempo que el resto de los españoles, el jueves por la mañana, escuchando los audios que publicaban los periódicos. Hasta ese momento, Pedro dice que mantenía una confianza ciega en el número dos de su partido. Una de las características del poder —da igual el cargo, CEO, alcalde, presidente de una comunidad autónoma o de una comunidad de vecinos— es que, al día siguiente de tomar posesión, la gente comienza a llamarte para contarte cosas de otras personas. No falla, de verdad, preguntes ustedes. Cosas buenas o malas, ciertas o falsas, el volumen de información que se recibe en el poder es ingente. No les digo nada si uno despacha con el ministro del Interior, o con el director del CNI. Pero da igual, voy a hacer como que me creo a Sánchez, y el pobre es una víctima de subordinados que traicionaron su confianza.

Santos Cerdán se da un aire a Manolito, el amigo de Mafalda. Es el personaje más bruto del cómic, pero trabaja mucho, es muy hábil haciendo cuentas y está obsesionado con ganar dinero. Es determinado en sus objetivos, pero no es valiente, como Santos Cerdán. Si Santos fuera valiente, no hubiera retirado la mano un segundo antes de rozar el hombro de Sánchez para saludarlo en el hemiciclo, sino que le hubiera palmeado con fuerza la espalda: «¿Qué pasa, Pedro?». Al día siguiente, cuando su jefe le citó en Moncloa —según cuentan los voceros sanchistas— para pedirle explicaciones y recriminarle sus mentiras, Cerdán no se hubiera achantado: «Pero qué me estas contando, jefe, ¿tú me reprochas a mi que mienta? En eso eres el puto amo».

Hasta hoy mismo, hay personas —cada vez menos— que justifican las mentiras impúdicas de Sánchez. Admiran sus engaños porque los pronuncia el más listo, el más guapo, el más justo, el más social, el más resiliente, el que impide gobernar a la derecha. Entonces, si los que mienten son Cerdán, Abalos y Koldo, si los que fingen con ese trajinar obsceno de billetes de quinientos son las personas que más le ayudaron a alcanzar el poder, no te puedes escandalizar demasiado.

La lógica de Cerdán parece clara: si el presidente colabora, o al menos consiente, con los trapicheos comerciales de su mujer, si coloca a su hermano en un cargo para cobrar un sueldo público sin trabajar, si me envía a negociar una ley de amnistía con los delincuentes que necesitamos amnistiar para hacerle presidente sin ganar las elecciones…  no nos vamos nosotros a llevar unas migajas de las obras que contrata el ministerio de Fomento. Sólo faltaría, con lo que le hemos apoyado cuando no era nadie.

Hace años que insisto en que la toxicidad de Sánchez para la salud democrática no tiene origen en su filiación política, sino en su forma absolutamente amoral de entender la política. «Cualquier cosa menos un gobierno de Feijóo». Pues bien, «cualquier cosa» es esta chusma que trinca a manos llenas y se reparte mujeres por teléfono para follar un fin de semana.

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