Un lifting sangriento

La tecnología hoy es capaz de proporcionar multitud de datos que ayudan a gestionar el riesgo en la montaña. Yo llevo en la muñeca uno de esos artilugios que te llegan a avisar de una posible tormenta cuando se produce un cambio brusco en la presión atmosférica. Algo falló hace ocho días porque no me advirtió con antelación de la tempestad política que arreciaba desde primera hora en Moncloa.

Esos relojes van conectados por vía inalámbrica al teléfono móvil y pueden reproducir en su pantalla las alertas que van llegando al celular. A cierta altitud, un buen ritmo de ascensión en una vía normal de montaña puede rondar los 300 metros por hora. Ascendiendo por el balcón sur del valle de Chamonix frente al macizo imponente del Mont Blanc, cada 100 metros el reloj me avisaba del despeñamiento de un ministro de Sánchez.

Gracias a Dios era mi primer día en los Alpes, una jornada tranquila de aclimatación para ir tomando contacto con la altitud. Si aquel sábado llego a subir un cuatromil, a ese ritmo de despidos Sánchez hubiera podido cesarse a sí mismo, y por supuesto volverse a nombrar. Cuando alcancé el punto más alto de aquella caminata, sentado en una pequeña loma con un sándwich de jamón y queso entre las manos, el presidente del Gobierno terminaba su comilona y también se zampaba de un bocado a Iván Redondo.

Al final no fue necesario que Redondo se tirara a un barranco por su jefe. Sánchez se encargó de empujarlo resolviendo así la duda que generaba el relato de un consultor omnipotente al servicio de un narcisista como Sánchez. La imagen de un pelele en manos de su asesor no era compatible con un ego presidencial de dimensiones himaláyicas.

El sanchismo, que hasta hace una semana besaba las moquetas que pisaba Redondo, le tacha ahora de ambicioso y le recuerda su pasado profesional asesorando a líderes del PP. Esta es la miseria de la política. Podían haber levantado la voz cuando el ridículo de las fotos en el Falcón con las Rayban de puto amo. O cuando juntó a su jefe con Ayuso en una escenografía de cumbre internacional para desgastar el liderazgo de Casado. La parafernalia de las banderas resultó tan desmesurada que se le volvió en contra a Sánchez, como el tiempo ha demostrado.

Tampoco protestó el sanchismo con el estropicio de la moción de censura en Murcia, ni con la delirante campaña planteada en las elecciones autonómicas de Madrid, ni siquiera con el grotesco paseíllo dándole la vara a Biden. Es ahora, con las encuestas y la percepción ciudadana en contra, cuando el entorno de Pedro el Cruel va soltando porquería sobre la persona que lo llevó a la Moncloa, que ha dejado de ser un profesional de la comunicación para convertirse en un mercenario. Han aprendido rápido los fontaneros de Sánchez eso de manejar el relato, pero la maniobra ha sido tan sucia que Redondo ha tenido que amenazar con publicar unas memorias sobre su paso por la Moncloa para que bajen la tapa de los retretes y coloquen un ambientador en su antiguo despacho.

Esta sacudida tectónica en el gobierno demuestra que la propaganda obscena, sostenida en el tiempo, finalmente choca contra la dura realidad. Y esa abolladura no hay chapista ni hechicero del marketing que la arregle. Pero Sánchez, como el escorpión, no va a cambiar. Prueba de ello es que sigue aferrado al slogan hueco. Justifica la carnicería realizada entre sus más fieles para “rejuvenecer el ejecutivo”, cesando a cinco ancianos que no llegan a los 60, manteniendo a uno de 80 que anda desaparecido y confirmando en el cargo a Alberto Garzón, que a sus 35 años es el más viejo de todos cuando elogia sin rubor a los tiranosaurios del comunismo.

En el lifting de Sánchez al ejecutivo es inevitable percibir un cierto aroma a gruppies del presidente. Va a ser necesario este perfume juvenil en el ambiente de los consejos para tapar el hedor a matadero que deja su escabechina política. La prensa más amable no deja de elogiar esta nueva maniobra de supervivencia del intrépido líder, y le llaman el Renacido. Como Leo di Caprio, Sánchez ha sido capaz de vaciar las tripas del cabello viejo del PSOE para acurrucarse en sus entrañas los dos años que le quedan de legislatura. El olor a sangre nunca fue un problema para él.

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