Rodríguez ha detallado que, de los algo más de ocho millones de niños y adolescentes escolarizados en España, el 40 por ciento manifiesta tener problemas de salud mental. Alrededor del 15 por ciento —más de un millón— ha sido diagnosticado con depresión, mientras que la ansiedad afecta al 16 por ciento.
En torno a un cinco por ciento, es decir, más de 400.000 menores, han intentado suicidarse al menos una vez. El especialista estima que unos 1,5 millones de niños, lo que equivale al 20 por ciento del total, conviven con ideas suicidas.

300 JÓVENES SE SUICIDARON EN 2024
El año pasado se suicidaron en España unos 300 menores de 29 años, de los cuales al menos 88 eran menores de edad, según datos de la FAD y otras fuentes cruzadas por el autor. Estas cifras no son meros datos fríos. Tienen rostro, entorno y causas profundas. Rodríguez ha advertido que las autolesiones aparecen cada vez a edades más tempranas. Ya entre los siete y nueve años se detectan casos.
A los problemas de ansiedad y depresión se suman otros como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), más habitual en niños, o los trastornos de conducta alimentaria, que afectan especialmente a niñas. Estas condiciones no solo se solapan, sino que a menudo se alimentan entre sí y derivan en situaciones de autolesión o ideación suicida.
"LOS ALGORITMOS DE LAS REDES SOCIALES ACTIVAN EN EL CEREBRO LAS MISMAS ZONAS QUE LA COCAÍNA"
Una de las causas que más preocupa al experto es la tecnología digital. “Un elemento común importante que está influyendo en este deterioro tan rápido y potente de la salud mental, sobre todo en menores, está siendo la tecnología”, ha afirmado con contundencia.
Rodríguez sostiene que móviles, pantallas y redes sociales están diseñados con algoritmos altamente adictivos que activan en el cerebro de los menores las mismas zonas que la cocaína. “Hace destrozos en el cerebro de un menor que no está preparado para esta tecnología”, ha explicado.
El psicólogo también ha cuestionado la incoherencia legal que permite a un niño acceder libremente a redes sociales o pornografía mientras le está prohibido jugar a la lotería o entrar en una sala de apuestas. “Se está entregando el móvil como si fuera un juguete, cuando cualquier juguete ha pasado más controles de calidad que una aplicación”, ha señalado.
RETRASAR EL MÓVIL HASTA LOS 16 AÑOS
Para revertir esta situación, Rodríguez aboga por establecer límites claros. Recomienda, en primer lugar, retrasar el inicio del uso del teléfono móvil hasta los 16 años. También aconseja evitar que los menores duerman con el dispositivo en la habitación, ya que esto interfiere directamente en su descanso, atención y rendimiento académico.
Además, propone una revisión profunda de los algoritmos que rigen los contenidos digitales accesibles a menores. “Los gobiernos tienen todos estos datos, el gasto sanitario está aumentando y, más pronto que tarde, tendrán que intervenir. Habrá muchas víctimas por el camino, pero se hará”, ha augurado.
EL TELÉFONO DE LA ESPERANZA, FUNDAMENTAL
La solución, según Rodríguez, también pasa por reforzar la educación emocional en los centros escolares, mediante talleres y programas que ayuden a los menores a identificar y expresar sus emociones. Ha destacado además el papel fundamental de entidades como el Teléfono de la Esperanza, que ofrece orientación a menores a través de un chat activo entre las 18.00 y las 00.00 horas.
“Es un espacio de escucha donde los jóvenes se sienten seguros y pueden hablar durante 45 minutos o incluso más, frente a los 14 minutos que dura de media una llamada telefónica”, ha explicado Lino Salas, portavoz de la organización.
LEGISLACIÓN PARA REGULAR EL USO DE MÓVILES EN LA INFANCIA
La presidenta del Teléfono de la Esperanza en Baleares, Maria Antònia Mateu, ha reclamado la creación de una legislación específica que regule el uso de móviles en la infancia. “Tenemos leyes sobre el alcohol, el tabaco y el juego, que protegen a los menores. Pero no tenemos ninguna ley que diga que los móviles son perjudiciales para los niños”, ha lamentado.
El mensaje que deja este libro y la presentación de Rodríguez es claro: el malestar emocional de los menores es ya una cuestión de salud pública que exige medidas urgentes, atención institucional, responsabilidad familiar y una revisión profunda del papel que la tecnología está jugando en la infancia.