La brutalidad de la represión con la que la policía marroquí ha actuado en la represión del último intento masivo de asalto a la valla de Melilla, protagonizado por centenares de migrantes, la mayoría subsaharianos, en su empeño desesperado por entrar en territorio español, que también lo es de la Unión Europea, y solicitar asilo, nos ha dejado atónitos e indignados, pero aun más lo ha hecho la actitud del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, con sus increíbles e indecentes declaraciones al poco de producirse los hechos.
De acuerdo con sus palabras, el señor Sánchez considera que la gendarmería marroquí “ha hecho un buen trabajo” que merecía su felicitación. Es decir, reprimir de modo atroz y cruel, causar decenas de muertos, 23 reconocidos oficialmente por Marruecos, cerca de 40, según algunas ONG, y centenares de heridos, amontonar a las personas vivas con las manos esposadas junto con cadáveres, golpear a esas mismas personas indefensas con saña y sadismo gratuitos, y mantenerlos así durante horas, le parece al señor Sánchez un buen trabajo digno de loa y elogio.
Y si esto es así, un buen trabajo, ¿por qué no lo hacemos nosotros mismos, nuestra policía? Y si está claro por qué no, ¿cómo es que se felicita a la gendarmería marroquí? Las declaraciones del señor Sánchez son un oprobio y una vergüenza absolutos, y aun empeoraron cuando quiso introducir un elemento de disculpa derivando la única responsabilidad de los hechos a las mafias de tráfico de personas. Los migrantes que tratan de entrar en Melilla mediante asaltos masivos están asentados en condiciones infrahumanas en el monte Gurugú, y allí esperan a tener una ocasión propicia para realizar sus intentos, y en este proceso ya no intervienen las mafias, al menos no las de tráfico de personas.
Las palabras de Sánchez no son sino un intento no meditado, o no bien meditado, de justificar el acuerdo con Marruecos que supuso el cambio histórico de España sobre el contencioso del Sáhara Occidental, reconociendo la soberanía marroquí sobre el territorio, se supone que con la contrapartida de que el reino alauita abandonaría su política de coaccionar a España consintiendo, o incluso alentando, de tanto en tanto, los intentos masivos de entrada de migrantes en Ceuta y Melilla, algunas veces protagonizados por ciudadanos menores de edad de su propio país, con el consiguiente problema para las autoridades españolas.
Pero, claro, si la manera como Marruecos piensa impedir los asaltos de los migrantes a las vallas que cierran el perímetro de Ceuta y Melilla es la represión brutal con decenas de muertos, y encima les felicitamos, la posición de España como país respetuoso de los derechos humanos queda absolutamente en entredicho.
Estas son las consecuencias de una falta de visión histórica, de una acción diplomática débil llevada a cabo por un país débil, y de un presidente cuya única política conocida es la de mantenerse en el poder como sea, para lo que no tiene ninguna estrategia de largo alcance, sino solo maniobras a corto plazo que le llevan a un constante zigzagueo y cambios de alianzas a fin de ir salvando las diferentes dificultades parlamentarias que se le van presentando.
Al reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, el señor Sánchez consumó la segunda traición al pueblo saharaui. La primera la cometió el régimen de Franco, con el criminal moribundo, al abandonar el territorio, del que era potencia ocupante y administradora y, por tanto, tenía el deber de conducir el proceso hacia la autodeterminación, al que dejó en manos de Marruecos y Mauritania, que pronto se retiró.
A partir de entonces, España, al menos, siempre se había mantenido partidaria del proyecto de la ONU de un referéndum para decidir el futuro del Sáhara Occidental, proyecto que Marruecos siempre ha boicoteado, puesto que su intención siempre ha sido anexionarse el territorio. La decisión cobarde e infame de Sánchez de reconocer la soberanía marroquí ha convertido a 2022 en el año de la traición definitiva de España al pueblo saharaui, que no se debería olvidar que eran ciudadanos españoles, con su DNI, y que el Sáhara era una provincia española que incluso tenía representantes en las cortes franquistas.
Esta España que tanto se llena la boca de defender su unidad indivisible abandonó sin reparos a algunos de sus ciudadanos y a una de sus provincias, dejándolos en manos de un sátrapa autoritario sin escrúpulos que había sabido coaccionarla con la Marcha Verde. Pero eso lo hizo una España fascista que no respetaba los derechos humanos, debilitada por la agonía del criminal dictador y la propia descomposición interna de su régimen. Ahora, cuarenta y siete años después, una España que se supone democrática y respetuosa de los derechos humanos y de las leyes internacionales, ha abandonado definitivamente a los saharauis y la legalidad del proyecto de la ONU para el territorio, con un gobierno débil y cobarde coaccionado por el nuevo sátrapa, hijo y heredero del anterior, con las oleadas de migrantes subsaharianos hacia Ceuta y Melilla.
Pero como de los sátrapas no te puedes fiar, la represión brutal contra los migrantes por parte de la policía marroquí nos ha sacado los colores, pero aun nos avergüenza y nos repugna mucho más la triste figura de nuestro presidente de gobierno frente a los micrófonos, con la cabeza baja y mirando hacia el suelo, felicitando a las fuerzas de seguridad marroquíes por “un trabajo bien hecho”.