Un vulgar asesino

Cuando a un asesino lo desvinculamos de cualquier otra circunstancia lo convertimos en alguien más vulnerable. Es simplemente el asesino, o los asesinos. Por el contrario, cuando hablamos de un vulgar asesino refiriéndonos a su entorno más cercano, a su procedencia, a su edad, a su familia, a su religión, intentamos encontrar una explicación o justificación para la acción que ha cometido, porque necesitamos respuestas para casi todo, porque las respuestas nos libran del miedo, de la sensación de vértigo que nos provoca la incomprensión de actos de obscena locura y sin sentido.

Si al asesino o asesinos los despojamos de sus vestiduras, de su impronta de presuntos mártires, los dejamos desprotegidos totalmente. Si son sólo asesinos, si nadie menciona su guerra santa, si nadie menciona el objetivo de su acción, si simplemente nos centramos en el trágico resultado que han causado como asesinos, no como mártires, dejan de ser ejemplo para otros que, todavía jóvenes, pueden dejarse llevar por el ansia de un protagonismo engañoso en pos de una gloria eterna.

Al ponerles la etiqueta de terrorista, de yihadista, estamos entrando en su juego, participamos de él de alguna manera, aceptamos sus reglas, nos plegamos a jugar el juego que ellos han elegido. Es un círculo vicioso: ellos matan para ser mártires, nosotros les etiquetamos como tales al utilizar esas etiquetas en todos los ámbitos (desde las noticias aparecidas en medios de comunicación hasta en las tertulias de café). Si en un pequeño pueblo de cualquier lugar una persona mata a otra, sea por el motivo que sea, se le llama asesino y punto. Sin embargo, a los asesinos de la Rambla de Barcelona y de Cambrils se les llama yihaditas, y terroristas; y los amigos (potenciales asesinos también) de los abatidos a tiros por la policía, celebrarán con gozo cada ensalzamiento verbal a sus compañeros mártires, porque este era el objetivo sin más. Su juego (que no el nuestro) consiste en esto.

A partir de ahí erramos en las formas más esenciales, en la utilización simple de las palabras adecuadas para romper parte del maleficio porque las reglas de esta partida las marcamos nosotros y un asesino no es más que eso: un vulgar asesino. Un detestable personaje que, lejos de convertirse en héroe, jamás debió existir.

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