La torrentada de Sant Llorenç d’es Cardessar, del pasado mes de octubre, sesgó 13 vidas. También dejó desperfectos millonarios y un tornado de solidaridad que sacudió la conciencia ciudadana. La versión del Govern sobre la rapidez de la respuesta y del rigor de las actuaciones llevadas a cabo tuvieron apariencia de verosimilitud.
En los últimos días se van conociendo muchos aspectos que dejan la versión oficial en mal lugar.
Hay elementos que hacen pensar que la gestión fue deficiente, tardía y descoordinada. Las denuncias previas de falta de medios del Servicio de Emergencias autonómico y los intentos del Govern de ocultar el documento informático en el que se registran las incidencias han hecho saltar todas las alarmas. Quedan series dudas sobre las decisiones que se tomaron en cada momento. La evidencia que las decisiones trascendentes fueron correctas no se acreditan ni con documentos ni con los hechos. Incluso la solicitud de ayuda a la Unidad Militar de Emergencias estuvo teñida de contradicciones.
Siddhartha Mukherjee, prestigioso oncólogo indio, formado en Harvard, profesor de Columbia,
en el ensayo sobre las “Leyes de la Medicina”, apuesta por afirmar que una intuición fuerte es más poderosa que una prueba débil. Esta es exactamente la situación que se está viviendo con la credibilidad del ejecutivo.
La intuición nos dice que las acciones fueron tardías, erráticas y descoordinadas. Nadie dice que fuera una situación fácil. Tomar decisiones con informaciones perfectas es sencillo, pero la realidad requiere tomar decisiones perfectas con informaciones imperfectas. La capacidad de tomar decisiones razonables en entornos de incertidumbre fue deplorable. Y la información de los hechos, aún más. La debilidad de la evidencia de los hechos no da respuesta a la fortaleza de la intuición de los ciudadanos. No cumple ni la primera ley. A sus responsables no les puede salir gratis.
