Al menos durante los últimos veinte años, el Mallorca salvó sus balances anuales debido al traspaso de sus estrellas más rutilantes. El último y malogrado ejemplo fue el de Marco Asensio, pero antes equilibró ingresos y gastos gracias a operaciones como las Pina, Giovani, De Guzmán, Etoo, Borja Valero, Diego Tristán, Dani, Marcelino, Finidi, Ibagaza, Leo Franco, Stankovic, Luque y otros muchos. Disponía de un patrimonio humano que ha desaparecido por completo, queda Brandon en el mejor de los casos y si no se estropea, sin perspectiva de recuperación en atención a la política de fichajes impuesta por su economía y que contempla solamente la contratación de jugadores cedidos o libres, mientras que el resto de ellos alcanzan una edad que prácticamente les saca del mercado.
El ejercicio 2015-16 se habrá cerrado con unos seis o siete millones de pérdidas que en otras épocas se hubieran restañado con alguna transferencia altisonante. Aquello pasó y aunque Maheta Molango no quiera hablar de ascenso, una buena manera de curarse en salud, subir a primera división vuelve a ser una urgencia histórica salvo que Robert Sarver y sus socios estén dispuestos a rascarse el bolsillo más allá de los veinte millones desembolsados el pasado mes de enero y de los que ya decíamos ayer van quedando menos.
Los clubs modestos se ven obligados a actuar así y entendamos como modestos aquellos que gastan más de lo que generan, o sea más de uno. Pero mal de muchos, consuelo de tontos y me temo que el club se va a jugar la inminente temporada con una sola bala en el tambor. Primero porque se lo ha jugado todo a una plantilla a medida de Fernando Vázquez, pero quizás no tanto al servicio de la institución y por lo tanto, el fracaso y el trompazo de no apearse del tren en primera división en junio del 2017 sería de aúpa y de consecuencias imprevisibles.
