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Urbanos sí; Policía no

Por Jaume Santacana
miércoles 01 de marzo de 2023, 02:00h

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Este es un artículo de viejos para viejos y lo escribo con poco rigor (ya se sabe, el rigor mortis…). Soy de la guerra de Corea. En Gran Bretaña reinaba Jorge VI. Ya está todo dicho. Y, ahora, ajústense los cinturones porquè voy a generalizar.

El cuerpo de policía dedicado a las labores de vigilancia y control de los municipios se denomina, hoy en día, policía municipal. Hace unas cuantas décadas, su nombre era guardia urbana; mucho más elegante y esclarecedor. Los guardias urbanos –bautizados coloquialmente como “urbanos”- eran seres civilizados que cumplían a rajatabla la propia definición de urbanidad, consistente en lucir un comportamiento acorde con los buenos modales, demostrando siempre buena educación y respeto hacia los demás.

Los miembros de este colectivo destinados, principalmente, a la regulación del tráfico eran, en la mayor parte de los casos, personas bonachonas al servicio de la comunidad. La administración local les colocaba siempre en el mismo cruce de calles, en las mismas plazas, lo que hacía que surgiera una magnífica relación con los vecinos más próximos. Al mío, a mi urbano (ubicado en las antaño deliciosas Ramblas de Barcelona; antes de que se apoderaran del bello paseo las turbas bárbaras y borrachas, extranjeras o no) le apodábamos cariñosamente “gordito relleno” entre la gente del barrio. Era un hombre simpático, comprensivo, tolerante y, por encima de otras consideraciones, gran servidor público, es decir, al servicio total de la comunidad. Sucedía esto cuando los administradores públicos “ayudaban” a los administrados; que sí, que sí, que eso ocurría…! En el vecindario se le quería como al que más; era considerado como un pariente, un amigo de la ciudad y de su gente.

Eran tiempos de menos tráfico, de acuerdo; pero la inteligencia y la bondad humana brillaban con más intensidad que un simple semáforo y la obsesión recaudatoria aún no existía. Al urbano se le admiraba, se le respetaba; pero nunca se le temía. Ver a un servidor del ayuntamiento, a un “urbano” alegraba los espíritus de sus conciudadanos. Eran como nosotros: personas.

En la actualidad –y desde mi modesta opinión- a la policía municipal se le teme y se le recela. Conozco a mucha gente que, cuando ve de cerca una patrulla local, sea en motocicleta o en vehículo de cuatro ruedas, le entra el pánico y el terror se apodera de sus nervios. “¿Qué habré hecho mal?”. “¿Qué me va a costar? son las primeras preguntas que a uno le vienen a la mente. En muchos de ellos, de los guardias, se les intuye un ligero tufillo chulesco (supongo que de tanto ver en las noticias vídeos de Atlanta o Los Ángeles) y su trato deja bastante que desear; hay cierta prepotencia y poca humildad, la humildad de los auténticos servidores pagados por la contribución, en este caso, municipal.

Cierto que, siendo justos, debemos destacar la ingente labor positiva que –en caso de accidentes, atentados u otras desgracias- les hace más angelicales, más personas, más necesarios, más solidarios. Ya he advertido de la generalización.

Sin ánimo de convocar a la nostalgia, me gustaría que se volvieran a contemplar algunas de las virtudes que humanizaban a estos servidores: menos afán de cobrar, menos prepotencia y más tolerancia y comprensión; en definitiva, más servicio al ciudadano y una dosis mayor de urbanidad. Y, claro: más mano dura con los delincuentes, patinetes salvajes conducidos por suicidas y homicidas, ciclistas criminales sin escrúpulos y sin normas civilizadas.

Soy consciente de la abosulta inutilidad de un escrito como éste, pero el recuerdo de un tiempo mejor -en este sentido- me obliga a recordar que, ¿por qué no? valdría la pena que en las academias dedicadas a la formación de estos “soldados municipales” les inculcaran valores máspositivos para la convivencia ciudadana.

Queda dicho.

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