La histórica victoria de Juanma Moreno en las elecciones andaluces, con una incuestionable y holgada mayoría absoluta en la comunidad más poblada del Estado, ratifica la senda iniciada por Feijóo en Galicia en 2020, seguida por Díaz Ayuso después en Madrid en 2021 y por Fernández Mañueco en Castilla León el pasado mes de febrero, y aventura un vuelco en el escenario político de cara a próximas elecciones municipales, autonómicas y nacionales, que deberán celebrarse en 2023. Es evidente que el PP ha sido el gran vencedor de esas citas electorales, obteniendo dos mayorías absolutas en Galicia y Andalucía y rozando una tercera en Madrid, que le permitió gobernar en solitario, sin ataduras de otras formaciones. Sólo en Castilla y León se ha visto obligado a pactar con Vox.
Es evidente también que el gran derrotado ha sido el PSOE de Pedro Sánchez, por cuanto se trata de un partido con vocación de gobierno y que ha quedado muy lejos de su rival. Especialmente dolorosa es la derrota en Andalucía, feudo y granero de votos del partido socialista hasta no hace mucho tiempo.
Por lo tanto, tenemos una primera consecuencia de dimensión nacional: tenemos a los dos principales partidos del tablero político en dinámicas contrarias ante los comicios que se avecinan el próximo año. Mientras uno sube como la espuma, el otro pierde apoyos, incluso entre su electorado más fiel.
Pero la segunda gran consecuencia que se ha ido evidenciando tanto en Galicia, como en Madrid, en Castilla y León y, sobre todo, en Andalucía este pasado domingo es la muerte de los partidos que abanderaron la “nueva política” y, por lo tanto, el regreso del bipartidismo. En cualquier caso, serán los ciudadanos quienes en próximas citas electorales –las municipales y autonómicas primero, las nacionales después– den el trazo firme, o no, al regreso a la España de dos grandes bloques semejante a la que existía antes de 2015, cuando Podemos dio un vuelco al tablero político por la izquierda y Ciudadanos por el centro.
En las elecciones del domingo, el PP sale muy reforzado, con el mérito de haber frenado la entrada de Vox en el Palacio de San Telmo, aplicando la fórmula de Feijóo en la Xunta: solo la unión del voto de centroderecha es capaz de frenar el asalto de Vox a las instituciones. Ciudadanos comenzó su autodestrucción nada más tocar el cielo. No supo gestionar un resultado histórico en el Parlamento y su victoria en las elecciones autonómicas de Catalunya. Su electorado ha desaparecido y ha acudido al PP como refugio ante el bloque de izquierdas, porque Vox les parece demasiado. Donde antes había tres, ahora quedan dos y uno de ellos parece haber tocado techo.
Por la parte de la izquierda, el ‘mérito’ del presunto regreso al bipartidismo no puede otorgársele al PSOE, que en el 19-J se ha limitado a sobrevivir como segunda fuerza, pero muy lejos del Partido Popular. El demérito es de Podemos, Izquierda Unida, Adelante Andalucía y demás grupúsculos más a la izquierda que no dejan de autolesionarse, como ocurre en el Ayuntamiento de Palma, porque ven que se les acaba el favor de la calle y se culpan unos a otros de lo que pudo ser y no fue.
Las Illes Baleares no escapan a esta dinámica política. La izquierda se acuchilla en público en Palma, bastión fundamental para cimentar el triunfo en el Govern, mientras el PP contempla el circo romano desde las gradas. Sabe que la extinción de Ciudadanos le reportará un gran número de votos y que Vox, si no ha llegado a su techo, está muy cerca de hacerlo. El PSOE debería beneficiarse de la caída de los grupúsculos más a su izquierda, pero gobernar pasa factura. Armengol puede tirar de manual de resistencia, pero hay malestar y enfado en la ciudadanía, que ahora quiere pasar cuentas a quien gobierna de los recibos de la luz desorbitados, del combustible a precio de oro, de la cesta de la compra por las nubes... Y de los sueños grandilocuentes de recuperación, reparto de la riqueza y cambio de modelo productivo que se han convertido en pesadillas para la inmensa mayoría.