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Winter is coming

Por Gabriel Le Senne
jueves 20 de agosto de 2020, 05:00h

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Se acerca el invierno y nos va a pillar con el Muro hecho unos zorros; con los españoles distraídos y enfrentados, discutiendo sobre cayetanas y eméritos unos, disfrutando de sus vacaciones a cuerpo de rey (va con segundas) otros.

La segunda ola de los infectados blancos ya penetra por la brecha y se esparce por todo el país, poniendo fin a una temporada turística a medio gas a mitad de agosto, cuando algunos ilusos hablaban de prolongarla más de lo habitual para compensar el comienzo tardío.

La vuelta al cole está a la vuelta de la esquina y está todo por decidir. Supongo que no tienen ninguna duda de que no se ha preparado nada y que pasará lo que tiene que pasar.

No sé si habré captado la atención de mis lectores podemitas (oxímoron) con la metáfora; era por quitar un poco de hierro al negro panorama que debo describir. Les ruego que examinen fríamente la gestión de la epidemia por parte del Gobierno: el 14 de marzo, tarde, decretan el estado de alarma. Nos tienen tres meses encerrados hasta que doblegan la curva de contagios. El 21 de junio, tras unas extrañas fases de desescalada, ponen fin al estado de alarma. Sánchez proclama que “hemos derrotado al virus” y se retira a descansar, dejando el pastel a las autonomías. Abren las fronteras sin control, fiándolo todo a las mascarillas y la distancia de seguridad. Resultado: segunda ola y ni siquiera han comenzado las clases. ¿Qué puede ir mal cuándo volvamos al trabajo y al cole?

¿Era posible gestionar mejor la crisis sanitaria? Sin duda alguna. Somos los peores en muertes por habitante (tomando el exceso de mortalidad). Somos el primer país de la UE por contagios por habitante. Por eso los demás miembros se llevan a sus turistas. Otros países incluso más dependientes del turismo, como Portugal, Malta, Croacia, Chipre o Grecia lo han hecho infinitamente mejor.

Y esta nefasta gestión de la pandemia se refleja inmediatamente en la economía, donde nuestras cifras son también terriblemente peores: España tiene hoy un desempleo oficial del 15,3% y una desocupación real del 31%, sumando ERTE y cese de autónomos (Libre Mercado). Nuestra deuda pública se elevaba ya en junio a 1,3 billones de euros, por encima del 100% del PIB. El Banco de España estima que a final de este año la deuda pública rondará el 120% del PIB. Eso significa un incremento en torno al 20% sólo en este año, más de 200.000 millones de euros.

Son cifras desoladoras, al lado de las cuales el fondo europeo por el que el Fraudillo (©Girauta) se autoaplaudió es insignificante. 140.000 millones distribuidos en cinco años, sólo la mitad a fondo perdido, y debiendo asumir nuestra parte proporcional de la deuda, y además en buena parte dedicados a proyectos europeos no rentables, como la llamada transición ecológica, que más que otra cosa es un coste, como venimos notando en la factura de la luz.

Esto significa la ruina más espantosa, porque estábamos ya fatal a causa de nuestra demografía, entre otras cosas. Si no estamos ya en quiebra es por el respaldo del BCE, pero vamos a ponerles en serios aprietos. Claro que esto enlaza con el experimento global de los bancos centrales: el otro día Juan Manuel López Zafra recordaba que se han cumplido 49 años desde el abandono de la convertibilidad dólar/oro por parte de Nixon. Desde entonces, el dólar se ha devaluado desde 35 dólares por onza de oro en 1971 hasta los aproximados 2.000 dólares por onza de hoy. Y el resto de monedas con él. Desde entonces los gobiernos no tienen demasiados problemas para endeudarse salvajemente, financiándose a través de la inflación (es decir, robando sigilosamente a los ahorradores, al depreciar la moneda). La inflación, el impuesto silencioso. El único que paga hasta el dinero negro. Pero claro, si se abusa, se puede provocar una hiperinflación, entre otros problemas, y terminar con el chollo. De modo que nuestros acreedores nos van a meter en vereda. Nos vamos a enterar.

Es lo que tiene elegir a descerebrados con un discurso para idiotas contrario a una virtud como la austeridad. El abc de nuestros abuelos: si se gasta siempre al límite, no hay colchón para imprevistos. Pero no se preocupen, no dejaremos a nadie atrás, porque nos pararemos todos. Salimos más fuertes, decían. Por desgracia, los parados blancos no comen palabras.

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