Yo ya sabía que los políticos tienen vida privada, relaciones sexuales y todo lo que caracteriza a los humanos. Es su vida y a mí no me interesa porque no tiene nada que ver con aquello que motivó mi elección para el cargo que ocupan. Pero en el caso de Berlusconi, ya hay suficiente. Lo de este hombre sólo merece un calificativo: repugnante. Berlusconi es un empresario que, como es frecuente en Italia (y en España) ha hecho su gran fortuna en los límites de la legalidad; ha llegado a ocupar los primeros puestos de la política con recursos bastante heterodoxos, pero ahora conocemos innecesariamente su miserable vida privada y uno llega a la conclusión de que, mejor, debería irse a casa. Ustedes verán: puede hacer de su capa un sayo, pero ha aprovechado su condición política para beneficiarse de jóvenes que, de otra forma, no podrían adquirir la condición de residentes o, al menos, la fama con la que vivir en una sociedad como la actual. Y eso basta para que se marche a su casa y deje de destruir un país que ya bastante tiene como para merecer a un líder de esta talla. Casi como en la peor Roma.





