Derecho a decidir

Hablar de lengua y colegio es sinónimo, como mínimo, de convulsión. Y cuando a esos dos términos Se les une imposición o inmersión, el resultado nunca es pacífico. Tiempo atrás el socialismo balear entendía que el catalán merecía de una atención especial, por el deterioro soportado ante el castellano. Sin embargo, detrás de ese esmero no había ninguna tendencia a la imposición, ni muchísimo menos a la ominosa inmersión. La razón era simple, ninguno de aquellos pro hombres del socialismo, e incluso del fenecido PSM, pretendían que la lengua catalana fuese la catapulta a usar para aplastar el castellano y de paso a todo lo español. Lo que se ansiaba era el establecimiento de un acuerdo global desde el cual, cada gobierno pudiese aplicar su programa político en el marco de la LNL consensuada. Ese fue el espíritu de concordia que, en gran medida, ha pervivido durante los últimos lustros. Seguramente, alguna línea del texto no satisfacía a más de uno de sus votantes, pero tampoco la concesión era tan grave como para no clausurar con la unanimidad el campo de confrontación y acallar los gritos de los fanáticos que siempre existirán. Ir más allá es faltar a la verdad, aparte de una renuncia interesada al análisis realista de los hechos.

Ahora se abre otro pacto no global sino, por el contrario, sectario y encerrado en unos sectores afines, próximos, clientelares. Estamos en los tiempos en que lo “políticamente correcto” es todo cuanto se ajusta a lo que el grupo, la manada, piensa y confiesa. Más allá de ese perímetro no existe sino el fascismo, el racismo, la derechona y, naturalmente, el pérfido españolismo. Levantar la voz, moverse en defensa de opiniones enfrentadas es caer en el mayor de los oprobios sociales, aunque en su vida personal, empresarial o profesional se haya demostrado con creces una superior capacidad. En otras palabras se pueden montar en los colegios movimientos en solicitud de sustituir el Día del padre o de la madre por el Día de la diversidad familiar, pero en modo alguno, desde la otra ribera cabe iniciar plataformas solicitando el respeto para todos. Y es que, la libertad para algunos personajes políticos o aspirantes a serlo, es tal como un referéndum siempre favorable a la propia idea, y eso, en Roman paladino, no es sino un atentado a los derechos civiles del libre pensador que no comulga ni con el mundo pan catalanista, ni con la ideología de género, ni con una falsa progresía, sinónimo del desprecio absoluto al mérito, a la competencia, al esfuerzo. Y mientras proclaman el blindaje del catalán como única lengua vehicular, ni una palabra de libertad de elección de colegio, de apertura de centros, de escolarización en casa, de libertad de cátedra, de libertad de ideario, en fin, de pura libertad. Al contrario, se anuncia en el horizonte un gran tubo por el cual tendrán que pasar padres y alumnos sin que puedan levantar ni un dedo en protesta o en exigencia del sagrado derecho a la libertad. Para el actual amo de la ley, no hay más libertad que la impuesta desde su fusta de exigencia, la inmersión del catalán como instrumento adoctrinador para un fin político. Ese es el único menú creado; el tubo de la inmersión catalanista.

Que la LNL fije la libre elección de lengua, no es freno para implantar esa política de inmersión, acudiendo al tópico sonsonete de la sempiterna desventaja social del catalán en relación con el castellano. Llevamos más de cuarenta años durante los cuales la progresía, la izquierda pan catalanista, la OCB con sus confluencias, determinadas plataformas de docentes y de paniaguados literatos, nos están machacado con esa cantinela. Y empero los millones de pesetas y de euros vertidos para la desaparición de esa “desventaja” siguen acudiendo a ella para justificar una política completamente alejada de la docencia, en sentido estricto, y absolutamente próxima al dictado político. Establecer que las matemáticas o la geografía, obligatoriamente, se aprende mejor en catalán, es una falacia que implica una agresión al sentido común y a la libertad de padres y alumnos. El idioma, la lengua según el CIS no es uno de sus quince primeros problemas para la ciudadanía. Sin embargo, políticas de impacto anti democrático, dictatorial, elevarán su ranking, al ser “no sólo un atentado pedagógico sino una inmoralidad” como, valientemente, proclama una asociación de profesores. Y es que la respuesta a esa política inquisitorial, está en su esencia; la repulsión a todo lo impositivo. Desde ella, la tercera teoría de Newton entra en escena, a acción del inquisidor pan catalanista, reacción del ciudadano liberal rechazando tal obligación. El movimiento ciudadano está apareciendo por culpa de un interés político, uso del catalán como instrumento político. La izquierda, los radicalismos van a conseguir que, por una vez, los movimientos liberales, siempre tímidos, les den cumplida respuesta ante un problema que no debiera serlo; nuestra lengua con todas sus riquezas fonéticas y distintivas. Siguiendo a Lincoln, detrás de esa defensa no hay ninguna preocupación por lo qué hicieron nuestros abuelos, sino por cómo deseamos que vivan nuestros hijos y nietos: libres, simplemente libres para decidir en qué lengua desean comunicarse, no insultarse. Aunque, según parece, con el catalán el “derecho a decidir”, no vale.

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