Este fin de semana han ocurrido algunos hechos políticos de gran trascendencia para las elecciones de mayo. Es más, posiblemente estemos asistiendo a una recomposición de un mapa electoral que en Baleares se ha demostrado tremendamente resistente a los cambios. En estos días, Jaume Font abandonó el Partido Popular, lo cual sólo bastaría para que él y su familia dejaran de apoyar a este partido; en segundo lugar, fundó una agrupación política con la que concurrirá a las elecciones, lo cual empieza a ser mucho más preocupante para los conservadores y, en tercer lugar, se ha dicho que va a presentarse con Unió Mallorquina a la convocatoria de mayo, lo cual, por diversos indicios, parece bastante estudiado y nada inocente. Aunque todo esto es perfectamente aceptable, las consecuencias son ciertamente importantes por cómo se conforman las mayorías en España. Por un lado, es una excelente noticia para el PSOE que, ante la adversidad que supone su pobre gestión en estos años, sobre todo a nivel nacional, necesita que la oposición se divida y no se presente con un cartel electoral único; es una mala noticia para el Partido Popular, porque todos los votos, aunque sean pocos, que pueda llevarse Font, proceden de sus filas y, finalmente, es una mala noticia para Unió Mallorquina, porque fragmenta aún más el voto conservador no popular, si es que UM pensaba pescar de esta línea. A día de hoy es imposible imaginar el resultado de las elecciones de mayo, pero podemos aportar algunas ideas centrales: el PSOE tendría que perder votos, dada la crisis económica que no ha sabido lidiar y a la pobreza de la gestión autonómica; el PP debería sufrir el impacto de la corrupción que afecta, al menos a nivel de imputación, a una parte sustancial de este partido; el partido de Font ganará votos, pero todos sabemos que los votantes no premian las divisiones; UM debería ser castigada por su historial de corrupción, mientras que la izquierda a la izquierda del PSOE, también debería pagar el precio de las interminables divisiones internas. El panorama, pues, es desalentador: todos los partidos deberían perder votos, pero como la abstención no puede elegir diputados, la recomposición de las cuotas electorales, los porcentajes, supondrá una revolución que hoy es totalmente impredecible. Esta es la realidad de las elecciones: son un medidor de a quién queremos castigar más. Al final, el premiado no será el mejor, sino 'el menos malo'.