No, no faltan los oportunistas que ahora presumen de haber profetizado el porvenir de Marco Asensio, cuyo traspaso al Real Madrid constituyó la más alta traición perpetrada por los por aquel entonces accionistas y miembros del consejo de administración del Mallorca.
Confieso que nunca creí que alcanzara el nivel suficiente para optar a la titularidad, intermitente o no, del equipo que prepara Zidane. Me equivoqué y lo reconozco, pero no voy por ahí de tahúr con las cartas marcadas. Sin embargo siempre critiqué las formas que presidieron su transferencia, el escaso importe de la venta y el reparto de comisiones que siguió a la operación.
Ya en aquella etapa, el club necesitaba una ampliación urgente de capital para salvar los muebles. Había sido propuesta una inversión de cinco millones a la que se opusieron Utz Claasen y Gabriel Cerdá quienes, sin ánimo de rascar sus bolsillos, se propusieron imponer su mayoría para acordar una de dos millones a todas luces insuficiente. La diferencia fue la entrada en escena de no pocos personajes, al menos tres, que tomaron parte en la operación. El alemán, que públicamente se había opuesto a autorizarla, terminó claudicando misteriosamente. Las gestiones las llevaron a cabo Cerdá y Miguel Angel Nadal, que había retomado su puesto tras ser circunstancialmente relevado por Aouate, bajo cuya breve dirección general se había rechazado la oferta del Barcelona de dos millones y medio al contado más otros dos en variables.
Una vez más, el mallorquinismo sumiso y los corifeos del teutón guardaron el más absoluto silencio. En algún que otro despacho, hubo quienes lo celebraron.





