Adiós dolorido

Laura recibió la noticia como todos los demás, sólo que a ella le acababan de arrebatar a su marido, a falta de dos meses para que conociera su hijo común.

La explosión de un proyectil israelí en la garita que ocupaba Francisco Javier Soria Toledo provocó que, la muerte del centinela malagueño, eleve a 170 la cifra de guardias civiles y militares que han perdido la vida en misiones españolas en el exterior. El cabo se encontraba incurso en una misión de las Naciones Unidas (UNIFIL), junto a 579 compatriotas, en un contingente desplegado en la base Miguel de Cervantes, de Marjayun, en el sur del Líbano.

Desde septiembre de 2006 con el respaldo casi unánime del Parlamento y la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, las Fuerzas Armadas se han comprometido en colaborar con el mantenimiento de la estabilidad en el enfrentamiento crónico del ejército israelí con los terroristas de Hezbollah, aunque también prestan labores humanitarias y de formación entre la población civil. Una acción que debería ya haber concluido para hacer realidad la intención española de seguir reduciendo el número de efectivos en el exterior, limitado a 2.400 por el Gobierno en 2012,  pero que también sigue participando en varias misiones en Bosnia-Herzegovina, Afganistán, Somalia, Uganda, Mali y República Centroafricana.

Si hay un espejo al que mirarse sin pudor, en esta democracia convulsa y azotada por comportamientos indignos, es el de la Guardia Civil, la Policía y los tres ejércitos. Por eso la sociedad lleva años reconociéndoles el mérito de ser las instituciones mejor valoradas del Estado. De los tiempos del “No a la guerra” y la objeción de conciencia, hemos pasado a una época en la que nos sentimos orgullosos del papel que desempeñan nuestras tropas en el escenario internacional, como parte de una globalización cuya realidad nadie discute. No están bien pagados, ni siquiera han quedado al margen de los ajustes presupuestarios, lo que puede haber debilitado nuestra salvaguarda y su seguridad, pero protegen como nadie el imperio del valor y de los valores. Su valiosa contribución al mantenimiento de la paz y la defensa de nuestros intereses comunes merecen un homenaje de todos los bien nacidos que compartimos carné de identidad.

A las tres condecoraciones libanesas y la que le concedió la ONU, al cabo fallecido en acción de combate, se suma hoy la cruz del Mérito Militar, con distintivo rojo, que le impondrán a título póstumo. Una insignificancia, salvo en el valor retributivo, que debería lucir en  su pecho cualquier soldado, virtualmente, por su abnegada aportación y ejemplar actitud, de la que sólo somos conscientes cuando perdemos a uno de sus integrantes. Su vigilia es nuestra defensa y casi nunca recordamos que tras una frontera de contención bélica existen seres humanos, que dejan su vida por proteger la nuestra.

El escritor, del que toma su nombre la base de los cascos azules que hoy está de luto, se sentía muy satisfecho de su vocación soldadesca y su participación en la mutilante batalla de Lepanto. También porque Francisco Javier Soria participaba desde hace poco en la misión Libre Hidalgo, sirvan las palabras de “El Quijote” como epitafio de un soldado caído, para que nunca olvidemos a quienes ejercen cada día la labor más generosa que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.

 

 

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